Lima es modesto en pretensiones y puesta en escena, pero notable en la calidad de su oferta.

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Cuando se habla de restaurantes peruanos en Palma, Sumaq de Irene Gutiérrez aparece como referencia destacada. Pero, también de manera recurrente, los amantes de los buenos ceviches y de los otros platos y platillos de la gastronomía andina colocan en lugar preferente al ‘peruano de Can Pastilla’. Ese restaurante se llama Lima, y está ubicado en una calle perpendicular a la avenida rodada que bordea la playa.

Lima fue creado hace algo más de dos años en esa zona de turismo masivo de la capital mallorquina, y desde entonces ha conseguido una clientela heterogénea, con gran presencia hispanoamericana y particularmente peruana, que es un buen síntoma de la autenticidad de lo que ofrece. Los tacos, anticuchos, tiraditos y ceviches destacan en la oferta de este restaurante de cocina abierta a la vista de los comensales, donde prepara las comandas, con meticulosidad, el chef Orlando Valdeón, peruano como el resto de las personas que le ayudan tanto en los fogones como en la sala.

El local es amplio, cómodo, con una vistosa y colorida decoración de cuadros y pinturas étnicos de moderna ejecución, y dispone de una terraza que resulta muy agradable en las noches veraniegas. La mejor opción aquí, como en la mayoría de los restaurantes peruanos, es compartir varios platillos para probar las especialidades de esta rica gastronomía, cítrica y ligera en sus ceviches, y otros platos más sólidos y carnívoros, de influencia diversa y mestiza (criolla, africana, china…), probablemente menos en boga pero igualmente sabrosos.

La comida que sirven en Lima marida bien con cualquiera de las cervezas peruanas, especialmente los pescados, aunque ofrecen también una ecléctica selección de vinos con algún representante mallorquín. Para entrar en materia, tomamos de aperitivo un buen pisco sour, correcto de alcohol y de azúcar, que prepararon al momento (8,5€). Y para comer, optamos por una elección ligera a base de tacos de ternera con alubias negras (3,5€ unidad) y uno de los variados ceviches de su carta. El camarero, muy eficiente y solícito, nos preguntó por posibles intolerancias, algo esencial en una cocina que utiliza ingredientes que pueden resultar complicados de tolerar. Nos propuso un ceviche de negrita, marinado con un intenso zumo de lima, ají limo, cilantro, cebolla roja y leche de tigre, acompañado de boniato, choclo y maíz cancha (tostado) típico de la gastronomía peruana. Plato fresco y delicioso, que sienta bien tanto por el pescado como por los acompañantes. El maíz, por ejemplo, ayuda a metabolizar las grasas, reduce el colesterol y mejora el tránsito intestinal (16,5€). En la carta ofrecían también ceviches de corvina y mixto, a base de pescado, gambas, pulpo y calamares, con el mismo marinado y acompañamiento.

Tomamos ventresca de corvina, perfecta de punto, con yucas fritas, salsa criolla y chimichurri, exquisita y melosa como casi todas las de pescados grandes. (14,5€). Nos recordaban que hasta hace no tanto tiempo, se utilizaban mayoritariamente los lomos por considerarlos más sabrosos y delicados, hasta que un chef japonés empezó a cocinar las ventrescas, con el éxito que conocemos. Como habíamos iniciado con pisco sour y teníamos que conducir, nos limitamos a un par de copas de verdejo (3,5€).

No sucumbimos a ninguno de los sugerentes postres que aparecen en la carta (bizcocho de chocolate con crema de Lúcuma, suspiro de maracuyá o semillas de chía en leche de coco con frutos del bosque, 6€), ni a los clásicos mojitos, margaritas o caipiriña, que son otro de los alicientes, muy demandados, de este buen representante de la comida peruana, modesto en pretensiones y puesta en escena pero notable en la calidad de su oferta y, además, con un resultado francamente satisfactorio en la factura final.