«A una señal de Trimalción aparecieron varios criados y nos sirvieron a cada uno de los convidados unos huevos de oca y unos pollos enteros. Nuestro anfitrión nos advirtió que estaban deshuesados. Cuando estábamos a punto de hincarles el diente, llamaron a la puerta y entró un nuevo convidado, vestido de blanco y seguido de un lucidísimo cortejo. Al ver el aspecto de este personaje que creí el pretor, me sobrecogió un temor respetuoso, pues creí que fueran a encarcelarnos a todos…(El pretor era el magistrado romano que ejercía jurisdicción en la ciudad de Roma o en provincias) Pero sólo venía a comer. Luego observé con curiosidad lo que iban sirviendo los lacayos. En una fuente, destinada a los entremeses, había un pollino esculpido en bronce de Corinto, con una albarda que contenía de un lado aceitunas verdes y otras negras… Arcos en forma de puente sostenían miel y frutas; también había salsas humeantes en tarteras de plata, ristras de salchichas y grandes copas llenas de granos de granada y ciruelas. Sobre la mesa había dos grandes recipientes repletos de agua miel. Todos fuimos servidos y nos hallábamos anegados en ese océano de delicias, cuando estalló una maravillosa sinfonía».
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