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Cascall es un pequeño restaurante que abrió el pasado verano en el espacio que antes había ocupado una hamburguesería, en una travesía de la zona palmesana de Sa Gerrería. Si no se está sobre aviso, se puede pasar por delante sin apercibirse porque su exterior apenas destaca. Sólo un buen ventanal, y la zona de acceso, habitualmente con una persiana corrediza de metal. El interior tampoco es llamativo, con mesas y sillas sencillas y mínima –pero correcta– decoración. Síntomas de que ha sido montado con un presupuesto bastante reducido, como reconocen sus dos osados emprendedores. Pero la valía del lugar se pone de manifiesto desde el momento en el que te entregan la escueta carta, bien explicada en tres idiomas, e intuyes que éste no es un restaurante de barrio más, sino una casa de comidas de autor de composiciones y recetas de inspiración mediterránea y mallorquina, razonablemente modernizadas, muy originales y trabajadas, y de una gran calidad.

Los buenos presagios se confirman cuando aparece sobre la mesa el primer plato de la comanda, de original presentación y sorprendente preparación: un exquisito dentol marinado en soja con una deliciosa muselina de zanahoria morada (safarnaria) en la base, y la misma zanahoria encurtida en la parte superior. Ligero, suave de textura, gran mezcla de sabores. Notable y diferente (12,5€)
Este era uno de los entrantes de la reducida propuesta que el día en que les visitamos, hacían las dos personas que han montado este restaurante: Josep Clar, un campaner curtido durante algunos años con Adrián Quetglas y Miguel Calent, y su pareja vasca, Itziar Seara. Como tantos otros cocineros jóvenes, decidieron dar ese paso trascendental en la vida de quienes se dedican a este negocio, independizarse e iniciar su propio proyecto personal. Con todas las dificultades e ilusiones que entraña una decisión de este tipo.

Pero, en su caso, con un buen bagaje y la decisión de apostar por una cocina de autor, muy elaborada, en la que la recuperación de recetas de la cocina tradicional ocupa un lugar importante. Josep prepara en una reducida cocina, a la vista de los comensales, los platos de una carta escueta que va variando en función de los productos de temporada, aunque siempre con pocas propuestas para asegurar la calidad de sus platos, que Itziar se encarga de explicar con detalle a los clientes. Nuestra comanda nos permitió probar buena parte de su bien trabajada propuesta. Berenjena asada rellena de queso mahonés, dukkah y rúcula (9,5€), aportando las especias árabes una personalidad muy particular al plato. Francamente bueno.

Originalísimos lomos de salmonetes, ligeramente marcados a fuego directo, carnosos, espléndidos de punto, sobre una atípica salsa de café que les imprimía suavidad y ligereza además de un magnífico sabor, adornados con tiras de cebollino y aceitunas trencades (15€). Sólo por ese plato ya hubiera merecido la pena la visita. Esta quedó ratificada por el último plato: carrillera de cerdo con una jugosa salsa concentrada sobre parmentier de coliflor, de bella estética, con trocitos al dente y pétalos de flor. Gran elaboración. (16€). De postre, menjar blanc con fresas saladas, que aportaban su elemento diferencial (5€).

Los vinos son todos naturales y ecológicos de productores mayoritariamente mallorquines, con algún representante exógeno de Utiel-Requena, Arribes, Canarias o Ribera del Duero. En general, de precio razonable. Probamos Cambuix rosado, mezcla de callet, escursac y mantonegro de muy contenida graduación (11,5º), de Cati Ribot (bodega Galmes i Ribot), ligero y agradable, que mejoró a medida que se aireó y ganó algo de temperatura. Sorpresa muy agradable la de este magnífico restaurante de autor, sin pretensiones externas, pero de muy buena calidad y elaboración. Precios muy comedidos para el nivel de su cocina. Estupendo.