Oliver puede llegar a producir más de 10 toneladas al año de naranjas de Sóller, una de las frutas de mejor calidad de la Isla. | Curro Viera

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Bartolomé Oliver Mayol lleva toda su vida dedicándose al cultivo de cítricos, sobre todo naranjas y limones. Lo hace desde su finca de Can Penya, una extensión de unos 5.000 metros cuadrados a la que ha dedicado su vida, después de que las generaciones anteriores de su familia hicieran lo propio. «Primero mi abuelo, después mi padre y ahora yo, nos hemos dedicado a estos cultivos». En un buen año puede llegar a producir entre 10 y 12 toneladas de naranjas y unas 6 de limones.
En los últimos tiempos ha comenzado también a cultivar otros productos, como los aguacates.

«Los hemos introducido recientemente, porque la gente demanda cosas nuevas». Asegura que estos frutos, relativamente nuevos en el campo mallorquín, tienen una gran aceptación y buena rentabilidad, aunque no desplazan a los tradicionales. «Los cultivos típicos antes se pasaban pronto, pero ahora hay naranjas o mandarinas todo el año». Esto ha sido posible gracias a la introducción de nuevas variedades, que producen en diferentes estaciones del año.

«En Sóller había una sola variedad, la canoneta, que se utilizaba mucho para hacer zumo, pero se acababa en marzo. En los últimos tiempos hemos plantado estas nuevas variedades y la finca produce durante todo el año. Lo mismo ocurre con la clementina, con variedades como la marisol», asegura. Eso ha permitido una presencia más constante en los mercados de sus productos. A propósito de esa presencia, Oliver cuenta que lleva acudiendo al mercado de los dijous en Inca desde hace décadas. «Mi abuelo comenzó delante del Ajuntament, mi padre continuó junto al mercado cubierto y ahora yo en la actual ubicación».

En este sentido comparte la extendida sensación de que el campo mallorquín tal y como se ha entendido durante décadas, terminará pronto. «No hay relevo generacional, mis hijas se dedican a otras profesiones y no quieren saber nada de la agricultura. A mi me queda poco para retirarme, no me preocupa eso, pero la naranja y el cuidado de la finca se terminarán», dice. Aunque con una sonrisa afirma que su amor por el campo le llevará a seguir dedicando el tiempo a cuidar igualmente su terreno.

A esta falta de relevo se unen las dificultades para competir con los grandes distribuidores y superficies de venta. Esto se nota en la calidad del producto: «La fruta que llega a los supermercados no tiene sabor porque se recoge demasiado pronto y pasa un mes y medio hasta que llega al consumidor. Se corta aún verde, madura en cámaras frigoríficas y en camiones, mientras que por ejemplo las mandarinas que yo ofrezco se cortaron apenas hace dos días, cuando alcanzaron su punto perfecto». Mención aparte es el problema del clima, que añade nuevos problemas a los profesionales y merma cada vez más las cosechas.