Llaneras tiene su huerto en Son Antem Vell, uno de los pocos que quedan junto al viejo cuartel de Son Tous en Palma. | Pep Córcoles

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Toni Llaneras es payés de tercera generación. Su abuelo y su padre ejercían ya esa antigua profesión y le transmitieron sus conocimientos. Junto a su madre, Margalida Amengual, mantiene activo el huerto de Son Antem Vell, uno de los pocos que quedan en los alrededores del casco urbano de Palma. Son Antem Vell se encuentra junto al viejo cuartel de Son Tous, muy cerca de Son Llàtzer.

«Aún recuerdo cuando todos los contornos eran huertos y vaquerías. Cuando los comerciantes de Palma llegaban con sus carros, muy temprano, para comprar a los payeses frutas y verduras que luego se vendían en las tiendas de la ciudad», recuerda con nostalgia. Hoy mantiene una actividad tradicional para subsistir pero sin renunciar a innovar; a intentar nuevas experiencias. «Es un hecho que el cambio climático está aquí. Nosotros tenemos de cada vez inviernos más cortos y, plantas que antes crecían con dificultad ahora lo hacen con relativa facilidad».

Toni ha experimentado tímidamente con dos especies frutales tropicales: maracuyá y papaya. «He sembrado algunas plantas y debo decir que ha dado resultado. Han dado frutos y yo los he comido». No sabe si en un futuro decidirá orientar su producción hasta estas u otras frutas exóticas pero «lo cierto es que la prueba está hecha y funciona. El problema sería encontrar un mercado. No existe un cliente hecho a estas frutas», dice.

Toni ha experimentado con algunos frutales tropicales.

Lo que sí cultiva con gran pasión y éxito son varios invernaderos de higueras. «Es un producto exquisito y que sí tiene demanda. Lo que ocurre es que es muy delicado; hay que saber manejar lo. Sobre todo es imprescindible recolectar cada día pues no se puede dejar en el árbol, se pasa».
Llaneras cultiva alrededor de 4,5 quarterades de terreno. Además de las higueras planta abundantes tomateras, de varias razas, así como lechuga y sofrito. «No nos engañemos, todo está está explotado, pero la gente del campo nos resistimos a dejarlo. No es sólo un modo de vida, es una filosofía de vida».

Este último resistente en una zona de gran presión urbanística asegura: «Mientras sea posible quiero mantener activa la finca de mis ancestros. Aquí hay muchos sueños, muchas horas enterradas de mi padre, de mi madre, mías. La tierra tiene algo que hace que los payeses la necesitemos, aunque vivir de ella cada vez sea más complicado».