Marià Gastalver | Pere Bota

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Trasmite sosiego. Y aparenta ser extrovertido. Bien porque va con su carácter o por deformación profesional, su mirada invita al diálogo. Marià Gastalver (Palma, 1958) es sacerdote y se licenció en psicología (UB, 1981) y en psicoterapia (Universidad de Comillas, 1996). Preside el centro de Palma del Teléfono de la Esperanza, una ONG que ayuda a conllevar o a superar las crisis emocionales.

El Teléfono de la Esperanza se halla consolidado en España, Portugal y los países sudamericanos. Le pregunto por qué no lo está en el resto de Europa. Me responde:
Marià Gastalver.- Porque ya hay otras ONG's que vienen funcionando desde hace tiempo y no juzgamos necesario establecer duplicidades. Además, solo atienden telefónicamente. Nosotros, no. Nosotros, si lo creemos oportuno, concertamos entrevistas personales. No obstante, también estamos en algunos países europeos. En Inglaterra, por ejemplo, damos asistencia a la colonia española.
Llorenç Capellà.- ¿Qué esperanza pueden transmitirle a un padre de familia que está en el paro?
M.G.- Me lo pone usted difícil. Tanto que no voy a darle respuesta. Pero me justificaré diciéndole que el Teléfono no ofrece soluciones inmediatas. Escuchamos a quien acude a nosotros y hacemos lo posible para desvanecerle la angustia o para canalizar su tensión emocional en positivo. Y, naturalmente, si vemos que el motivo determinante de su desequilibrio es la situación laboral o económica, le ponemos en contacto con Cáritas o con otro organismo afín. De todas formas...
L.C.- Diga...
M.G.- El necesitado no tiene suficiente con que le demos comida o le proporcionemos un techo, aunque ambas situaciones son las primeras que se han de resolver. La pobreza es humillante. Pero lo cierto es que la angustia que le atenaza ante su situación es tan cruel como el hambre que pueda sentir.
L.C.- En 2010 recibieron más de dos mil llamadas. ¿Son pocas o muchas?
M.G.- Muchísimas, porque dos ya lo son si tenemos en cuenta que la persona que nos habla desde el otro teléfono está sufriendo. Pero más escalofriantes son las cifras de poblaciones parecidas a la nuestra, como son Zaragoza o Murcia, que sobrepasaron las cinco mil y las siete mil llamadas respectivamente.
L.C.- ¿Estamos bajos de autoestima...?
M.G.- Más bien la tenemos desequilibrada. En el diagnóstico psíquico se combinan la problemática social y la carencia de valores. Luego está lo del exceso de competitividad. La persona no dispone de tiempo para analizarse y conocerse y aceptarse.
L.C.- Lo de la competitividad...
M.G.- Forma parte del sistema. No vayamos a buscar culpables porque, entre otras razones, son difíciles de señalar. Pero lo cierto es que la vida se basa en superar a los demás y en aparentar lo que no se es. Desde ningún ámbito de influencia se nos invita a explorar nuestro mundo interior.
L.C.- Vale.
M.G.- Educamos en el grito, en la ambición por el poder, sea cual sea este poder. En no escuchar... Y a todo este dirigismo que deseduca y agrede al ser, le llamamos autoridad. Por otra parte, todo es una rueda en que lo negativo suma a lo negativo. En un entorno que nos provoca angustia, nos volvemos más primarios.
L.C.- En Catalunya, el mes pasado, se registraron cinco asesinatos por violencia de género.
M.G.- Pone los pelos de punta. Pero en muchas ocasiones esta agresividad tiene un trasfondo educacional. En las conductas de la infancia hallaremos explicación a infinidad de comportamientos ilógicos.
L.C.- ¿Cómo dan el primer paso quienes llaman al Teléfono de la Esperanza?

Para llamarnos se necesita valor y dignidad. Es muy digno y muy valiente quien se reconoce emocionalmente vulnerable y necesitado de ayuda

M.G.- ¿Cómo...? El cómo lo desconozco. ¿El por qué...? Porque les oprime la angustia y se sienten desesperados. Aún así, no están vencidos. Para llamarnos se necesita valor y dignidad. Es muy digno y muy valiente quien se reconoce emocionalmente vulnerable y necesitado de ayuda. Un ciego no duda en pedir ayuda para cruzar una calle. Ni un cojo para saltar un charco. En cambio, no es fácil abrirse a los demás. Nosotros, cuando atendemos una llamada, lo primero que hacemos en trasmitir un mensaje de sosiego.
L.C.- ¿Cuál es la franja de edad más necesitada de esperanza?
M.G.- La que va de los cuarenta a los cincuenta y cinco años. En esta edad, la persona se ha estabilizado profesionalmente y ya se ha consolidado en el ámbito social. Tiene una familia, pareja, hijos... Ha cumplido los objetivos que se había propuesto en la juventud. A partir de ahí pueden surgir, y surgen, crisis de identidad muy profundas.
L.C.- ¿Y qué pueden hacer, ustedes, en un tema tan personal?
M.G.- Escuchamos. Y lo hacemos desde el respeto más absoluto a la persona que nos confía sus problemas. Luego procuramos abrirle el ángulo de su propia comprensión. Hacemos que él o ella se planteen y hallen respuestas a aquellas cuestiones que les atormentan.
L.C.- ¿Se ofenderá si le digo que esto me huele a confesionario...?

M.G.- ¿Ofenderme...? De ningún modo. Hay, ciertamente, un parecido con la confesión, porque nuestros esfuerzos se centranen que la persona que nos llama sea capaz de reflexionar por sí misma. Ahora bien, quien acude al confesionario va a pedirle perdón a Dios. Y en el Teléfono de la Esperanza no se pide perdón a nadie, porque nosotros no estamos para juzgar. Únicamente pretendemos abrirle nuevas perspectivas a la persona angustiada. Su relación con Dios es algo suyo.
L.C.- Seguro que les llaman más mujeres que hombres.
M.G.- En una proporción de tres llamadas de mujer por una de hombre. El hombre es reacio a mostrar sus sentimientos y, sobre todo, sus debilidades. Aunque últimamente se observa un cambio. Ya no es, el hombre, aquella persona cerrada, sin lágrimas...
L.C.- Sin especificarlo, hablamos de gente adulta o mayor.
M.G.- Y es un error, porque los adolescentes también se resquebrajan y tienen una necesidad enorme de fortalecer su "yo". Han asistido al cambio de la estructura familiar, se han incorporado a la cultura de la informática... Tienen una cosmovisión de lo que pasa a diario. Todo ello crea reacciones nuevas ante los problemas de siempre.
L.C.- El reloj da las horas para todos. ¿Hay horas especialmente depresivas?
M.G.- Más bien hablaría de días o de estaciones. La falta de sol, por ejemplo agudiza los estados melancólicos. Y la entrada de la primavera, también. Luego está la Navidad, que es una época marcadamente depresiva para aquellas personas que tienen algún motivo de preocupación. ¡Llegan las navidades y felicidad para todos...!
L.C.- Y no es así.
M.G.- Claro que no. ¿Quién nos dice cuándo hemos de sentirnos felices...? Además se prodigan las comilonas familiares, vuelves a ver a aquel pariente que hacía un año que no veías.
L.C.- ¿Y...?
M.G.- ¿Y por qué se nos tiene que imponer la convivencia familiar si igual lo que deseamos es estar con unos amigos o con unos vecinos...?
L.C.- ¿Se es feliz únicamente en momentos concretos?
M.G.- Probablemente. Al igual que también se dice que nos la dan, a la felicidad, las pequeñas cosas. Hay, de todas maneras, una felicidad estable que es la que se alcanza estando en paz con uno mismo. La satisfacción y la autoestima se hallan muy relacionadas con la felicidad.
L.C.- Entre quienes llaman al Teléfono de la Esperanza, los habrá que se sienten angustiados por la idea de la muerte.
M.G.- Usted dirá. Todos nos llaman para hablarnos de cosas relacionadas con la vida. Y tanto la enfermedad como la muerte lo están. Se da, además, el caso de aquellas personas que padecen un mal incurable y nosotros procuramos devolverles la confianza o, lo que es lo mismo, ahuyentar sus inseguridades.
L.C.- ¿Cómo...?
M.G.- Les ayudamos a reencontrarse con sus creencias, si las tienen. O con aquellas partes de su pasado en las que hay un poso de amor o de ternura. A todos nos asusta lo desconocido y la muerte es una gran desconocida.
L.C.- ¿La memoria es la despensa de nuestras vivencias?
M.G.- Tal vez. Por una parte nos ayuda a vivir el presente y nos da seguridad y sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una cultura... Pero, por otra, a veces, la empleamos como excusa para anclarnos en el pasado.
L.C.- ¿Entonces...?
M.G.- Hemos de positivarla. Cualquier planta necesita de las raíces para crecer. Y para nosotros la memoria son las raíces. ¿Me explico...?
L.C.- Perfectamente. ¿No se agota dando explicaciones un día sí y otro también, intentando comprender...?
M.G.- Ya estoy curtido. ¡Claro que me agoto...! Pero supero el estrés sin problemas. Conversando de otros temas o paseando por el campo. Comparto, con otros sacerdotes, las parroquias de Sóller y del Port, de l'Horta, de Biniaraix y de Fornalutx. Y vivo en Sóller. Es mi fortuna. Tengo los huertos y la montaña a dos pasos. El contacto con la naturaleza me procura un gran equilibrio.
L.C.- ¿A qué velocidad conduce?
M.G.- Me gusta la velocidad. Tal vez porque pienso con mucha rapidez. Pero, en todo caso, no soy un conductor agresivo. No iba a perdonármelo. ¡Eso sí que no...!

No sabemos manejar la soledad y eso nos produce angustia. Es a la conclusión a la que ha llegado Marià Gastalver. Y la frase ya forma parte del catecismo de los voluntarios que atienden el Teléfono de la Esperanza (en Palma: 971-461112). La mayoría de llamadas, en el cómputo total de España, se producen por problemas psicológicos o psiquiátricos. En Mallorca, en concreto, en 2010 sumaron el 52,20%, muy por debajo de Huelva o Salamanca con un 63,08% y un 70,97% respectivamente. Es significativo que las llamadas en torno a cuestiones religiosas sean mínimas. En Toledo -siempre refiriéndonos a 2010- no hubo ninguna. En cambio, en Mallorca, suman el 0,46%, sólo por detrás de Almería con un 0,58%. Los problemas relacionados con cuestiones familiares, son otro motivo importante de desequilibrio emocional. Sin embargo, la crisis económica o laboral no parece incidir negativamente en el comportamiento psíquico, aunque posiblemente se integra en todos y cada uno de los apartados citados. En este sentido, el perfil psicológico por edad nos revela cómo la crispación social (sin que en las estadísticas se nombre) influye decisivamente en el estado anímico de las personas. Las franjas de edad comprendidas entre los 35-44 años y 45-54, suman el 26,05% y el 25,23% del total de llamadas del Estado. Muchísimo. Porque los mayores de 65 años, pertenecientes al grupo que en buena lógica ha de sentirse más angustiado por el factor soledad, sólo suman un 7,03%.