Mateu Ginard | S. Amengual

TW
0

Opina de los cultivos ecológicos y de todo lo que concierne al campo. Y se escuda en una modestia que es reflejo de su sinceridad. Mateu Ginard (Montuïri, 1958) fue director general de Desenvolupament Rural (1999-2003) y actualmente imparte clases de enfermería en Es Liceu. Desde hace unos meses preside la Associació de la Producció Agrària Ecològica de Mallorca (Apaema). Apaema es una asociación sin fines lucrativos que no está vinculada a partido político alguno. Nació en 2006 por iniciativa de los productores ecológicos y bajo el liderazgo intelectual de Jaume Vadell, profesor de edafología y agricultura ecológica de la UIB. Actualmente Apaema cuenta con un centenar de socios, lo que supone una cifra esperanzadora por sus pocos años de actividad, pero modesta, dado que el futuro del campo se halla en las producciones ecológicas y de proximidad. Queda, sin embargo, mucho camino por recorrer. La "III Diada d'alimentació ecològica" (Porreres, mayo de 2009) se celebró bajo el lema "Som el que sembram". Y a partir de este axioma es fácil deducir lo grave de nuestra despersonalización porque consumimos lo que se siembra, congela o enlata a miles de kilómetros de nuestro hábitat. Con un añadido: al margen de la relación entre cultura y tierra, es evidente que el cultivo de proximidad repercute en la mejora de la calidad de vida de los consumidores. Y el consumidor lo sabe. Ocurre, sin embargo, que ante la disyuntiva de ir a comprar al súper de la esquina o quién sabe dónde, opta por la opción segura y rápida. Próximamente, en Palma -gracias a la buena predisposición de Cort y a la iniciativa de Lligams (una dinámica asociación de consumidores)- se celebrará, los sábados por la mañana, un mercado de productos ecológicos y de proximidad en la plaza Bisbe Berenguer de Palou. Será a partir del día veinticinco de este mes y en horario de oficina: de ocho a catorce horas.

Le pregunto si es contradictorio que un profesor esté al frente de una asociación de campesinos. Me responde:
Mateu Ginard.- Espero que no. Aunque es cierto que no me gano la vida como agricultor, también lo es que le saco a la tierra un rendimiento económico... En cualquier caso, mi relación con la agricultura es fruto de un proceso de reflexión personal que, afortunadamente, mi esposa y mi familia compartieron.
Llorenç Capellà.- ¿Qué hay en usted de agricultor dominguero?
M.G.- Absolutamente nada.Y conste que los domingueros que siembran para el autoconsumo me merecen todos los respetos. Pero mi planteamiento es diferente al suyo. Además, el dominguero suele tener una casita de aperos y media cuarterada, a lo sumo, para pasatiempo. Y yo, entre les Rotes, que es donde vivo, y Son Miró, he reunido ocho cuarteradas. L.C.- ¿Y esto es mucho o poco?
M.G.- Poco. Pero algo más que nada. Me da para tener de todo: olivos, almendros, cereales, hortalizas...
L.C.- ¿La tierra de Montuïri, y por extensión la del Pla, sirve para cualquier tipo de cultivo?
M.G.- Por experiencia debo decirle que sí. Incluso cultivos que ya creemos propios y no lo son, como los higos chumbos o los tomates, se han adaptado a la perfección. Fíjese: últimamente se ha introducido el cultivo del cilantro, porque los musulmanes lo usan en sustitución del perejil... Por otra parte, históricamente apenas hubo olivos en Montuïri. Sin embargo, hace unos pocos años un vecino introdujo la variedad arbequina y ya está comercializando un aceite de primerísima calidad.
L.C.- Usted también tiene olivos.
M.G.- Algunos, de la misma variedad. Producen una aceituna pequeña, redonda... Normalmente se coge verde, antes de que madure.
L.C.- ¿La agricultura es el refugio más eficiente para mitigar la decepción que produjo el fracaso de las ideologías?
M.G.- ¿Qué ideologías...?
L.C.- Las de izquierdas.
M.G.- ¿Por qué lo dice...?
L.C.- Porque veo a muchos apóstoles de hace treinta años subidos en el tractor.
M.G.- No es mi caso.
L.C.- Jamás lo afirmaría.
M.G.- Además, aunque me haya dedicado profesionalmente a otras cosas, siempre he tenido una relación más o menos cercana con el campo. De niño participé en la vendimia, en la recolección del albaricoque...
L.C.-Y nada de esto no le interesaba.
M.G.- En absoluto. Pero cambié a los veinte años. Mire... ¿Y yo por qué le hablo de temas particulares?
L.C.- No sé. En cualquier caso, le agradezco la confianza.
M.G.- En torno a los veinte años abandoné los estudios de medicina. Fue un gesto de rebeldía. No me identificaba con mi entorno, no sabría explicárselo... Entonces convertí les Rotes en mi refugio espiritual. Y poco a poco me fui identificando con la tierra. Empecé "per fer voreres" y "cavar llobades". Sin proponérmelo, me sentí identificado con cuanto iba haciendo. También me interesaba la jardinería... Voy a contarle una anécdota.
L.C.- Vale.
M.G.- Disponía de una colección muy completa de las obras de Marx y Engels.Y se la cambié a un amigo por un librito de Rubió i Tudurí titulado "Del paraíso al jardín latino". Con el cambio perdí en volumen, pero gané en conocimientos. Rubió era arquitecto, urbanista, diseñador de jardines. Me deslumbraba su talento; me interesaba su admiración por los jardines romanos y árabes...
L.C.- En confianza: Marx y Engels son un aburrimiento.
M.G.- Con la misma confianza: Tenía muchos libros de ellos, pero apenas los hojeé.
L.C.- ¿Quién se mete a agricultor ama el campo?
M.G.- Segurísimo. ¿Que algunos lo son porque han heredado tierras y profesión del padre...? Seguro. Pero son los menos. La tierra se quiere.Y el contacto con la tierra genera una sabiduría muy especial, capaz de desarrollar conceptos lo suficientemente amplios como para elaborar una forma de pensamiento propio.
L.C.- El Govern ha suprimido la Conselleria de Agricultura.
M.G.- Porque es una forma de hacer invisible un sector importante de la población, tal vez el más identificado con la identidad del país. Los agricultores tenemos memoria del pasado. Y fidelidad a este mismo pasado, puesto que heredamos conocila mientos y propiedades que son el fruto de muchos años de trabajo. Le cuento mi caso. La parcelación de les Rotes se inició en 1716. Esto quiere decir que ahora mismo vivo en tierras que ya eran de mi abuelo y quizás del padre de mi abuelo y del abuelo de mi abuelo. En cada cosecha se deposita lucha, entereza, voluntad de vivir...
L.C.- ¿Le recuerdo la pregunta que le he hecho...?
M.G.- ¿Qué el Govern ha suprimido la Conselleria de Agricultura...?
L.C.- Sí.
M.G.- Mire, es una decisión errónea, porque el sector no puede avanzar ni mejorar sin una colaboración firme de las instituciones. Y no podemos prescindir de la agricultura. ¡Si incluso vuelve a ponerse de moda el concepto de agricultura alimentaria...!
L.C.- ¿En que se basa?
M.G.- En la capacidad que ha de tener un territorio para alimentar a sus habitantes en situaciones extremas. Inglaterra nos sirve de ejemplo. Cuando la Guerra Mundial proliferaron los pequeños huertos familiares.
L.C.- Pues se alzan voces reclamando más campos de golf.
M.G.- Que construyan los que quieran en terrenos no aptos para la agricultura. Pero que no destruyan los cultivos. Hay quien sostiene que Mallorca debe convertirse en la California de Europa. Ya sabe: todo chalets. Un chalet pegado al otro.
L.C.- Entre los proyectos de Apaema se contempla la posibilidad de llegar a un acuerdo con los comedores escolares.
M.G.- Es cierto. Queremos ofrecer a los colegios alimentos sanos y a precios competitivos. Es un sector con el que nos identificamos, el de la enseñanza, por su componente social. Además, la Conselleria d'Educació ya favorece a los catering que incorporan productos ecológicos.
L.C.- Se comentó la posibilidad de prohibir, en los colegios, las máquinas que venden pastelería industrial.
M.G.- Porque contiene muchas grasas. Y las grasas engordan y no alimentan. Claro que la solución al problema no estriba tanto en prohibir la venta de un producto determinado, como en concienciar a los padres de la necesidad de cambiar los hábitos alimentarios de sus hijos. Y esto, si se consigue, no será en dos días. A los padres les es más fácil comprar una pizza que hacer una coca. O darles, a los hijos, dinero para un pastelito en vez de prepararles un bocadillo de queso. Y de la deseducación alimentaria de los niños se aprovechan las grandes empresas. El 70% del consumo está bajo su control.
L.C.- Sus hijos, cuando eran niños ¿qué comían?
M.G.- Lo que había en casa, comida de temporada. Y jamás protestaron. En un viaje por la Garrotxa, unos amigos me expresaron su extrañeza porque uno de mis hijos, Miquel, el pequeño, que entonces tendría unos siete años, desdeñaba en los restaurantes la comida de niño y exigía comer como nosotros.
L.C.- Porque los platos de ustedes debían
ser más atractivos.
M.G.- No lo dude. Fíjese en las bodas y
comuniones. Para los niños, patatas fritas
y un bistec. Para los adultos, todo lo bueno.
Es un tanto ilógico. ¿O no...?
L.C.- Hábleme de los productos transgénicos.
M.G.- Plantean diversas cuestiones preocupantes.
Primera cuestión: el productor

depende de las multinacionales que comercializan
las semillas.
L.C.- ¿Han de comprárselas a ellas...?
M.G.- Forzosamente. Y no sólo han de comprarles las semillas, sino los productos sanitarios para evitar las enfermedades que puedan generarse. Segunda cuestión: si un productor cultiva productos transgénicos puede contaminar los del vecino por el efecto deriva. O sea, el polen, el viento... Tercera cuestión: aún están por estudiar los efectos nocivos que pueden tener los transgénicos en la salud del medio o de las personas.
L.C.- En 2007, el Parlament declaró las Illes Balears zona libre de transgénicos.
M.G.- Pero no creo que haya hecho nada para que la declaración sea efectiva. Aunque, claro, bien es verdad que no tenemos un cultivo excesivo de estos productos. El más notable es el de maíz, en las zonas de Sa Pobla y de Sant Jordi. Ello es debido a que la semilla transgénica posee una proteína que la hace inmune a un gusano que ataca el maíz normal. Lo que ignoramos es si esta misma proteína mata otros insectos que son necesarios para el equilibrio ecológico, ni en qué forma puede afectar a la salud de la persona.
L.C.- Entonces, los productos transgénicos que llegan al consumo humano ¿deberían especificar su condición, claramente, en la etiqueta?
M.G.- Sin duda. La gente tiene derecho a saber lo que consume. Y lo que le venden. Se dice que los melones transgénicos duran más...
L.C.- ¿Y es cierto?
M.G.- Posiblemente sí. Pero si recuperáramos todas las variedades de melón que se han cultivado en Mallorca, también tendríamos melones duraderos. ¿No se acuerda de los "melons de guardar" que el payés tenía en los altos de la casa? A veces, más que buscar soluciones en la ciencia, basta con recuperar la tradición. Ahora se intenta conseguir la denominación de origen para "la tomàtiga de ramellet". Son, las "tomàtigues de ramellet", unas variedades que se han ido adaptando al medio a lo largo de los siglos y ya forman parte de un legado cultural impresionante. Y con los melones pasa lo mismo. Ya se lo he dicho: podemos prescindir de los transgénicos.
L.C.- Lo de las multinacionales ¿es una dictadura de la alimentación?
M.G.- No sé si puede llamarse dictadura o no, pero lo cierto es que se han convertido en lobbys de presión que, a veces, tienen más poder que los propios estados. Pero ¿dictadura...? Es cierto que marcan las pautas alimentarias. Tan cierto como que a la gente ya le va bien que sea así.
L.C.- Es lógico. La cocina de mercado requiere un tiempo del que no siempre se dispone.
M.G.- Pero es preciso que apelemos a la responsabilidad. No sólo de los ciudadanos, sino también de los gobiernos. Una correcta alimentación repercute en la salud. Si hablamos en términos de sociedad, fíjese en el número de bajas laborales que hay por tensión alta, por cuestiones estomacales o renales... Y todas han tenido su inicio en lo que se come. Así que tenemos que decidirnos: ¿invertimos en salud o en medicamentos...?
L.C.- La sobrasada ¿es salud?
M.G.- Si está elaborada con carne de "porc negre", sí. Rebaja el nivel de colesterol. Como el jamón de Jabugo. Claro que hay una diferencia substancial entre la sobrasada artesanal y la industrial.
L.C.- ¿En su casa hacen "matances"?
M.G.- Cada año...
L.C.- Igual también cuecen el pan.
M.G.- Acertó. Pero no me tome por un excéntrico. Muchos residentes alemanes disponen de un molinillo, como los de café, pero más grande, que les muele un kilo de trigo. Yo hago moler el mío en la harinera de Campos. Solo quedan dos harineras que atiendan los encargos de particulares. La de Campos y la de sa Pobla.
L.C.- ¿Qué compra, usted, en el supermercado?
M.G.- Poca cosa, porque prefiero acudir a las tiendas pequeñas. Los beneficios del comercio local repercuten en la sociedad entera.
L.C.-...
M.G.- ¿Me explico...? Si el tendero gana dinero, contrata a un albañil para que le haga una reforma. O a un carpintero para que ajuste las puertas. ¡O qué se yo...! Lo cierto es que la riqueza crea riqueza. ¿Y si nuestros dineros se van lejos...? No hay vuelta de hoja: nos empobrecemos.