Josep Darder | Jaume Morey

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Sabe que la memoria es oro. Y no quiere que el caudal de sus recuerdos se desperdicie. Josep Darder (Palma, 1928) estudió ingeniería industrial (UB, 1961) y se doctoró (UB, 1972). Es sobrino de Emili Darder (Palma, 1895-1937), el alcalde de Palma asesinado por el fascismo. Ha recuperado los días de la infancia, luminosos hasta que los soldados hollaron su casa, en "Impressions d'un infant" (Editorial Moll, 2009). Emili Darder Cánaves (médico y doctor en análisis clínicos) y su primo Bartomeu Darder Pericàs (catedrático de Ciencias Naturales en la Universidad de Tarragona) compartían su pasión por los fósiles. Una parte de la colección conjunta, la de Bartomeu, se halla en Sóller, en el "Museu Botànic de Ciències Naturals". La otra mitad, la de Emili, quedó bajo custodia de los padres de nuestro entrevistado, y muchos años después se la repartieron Josep Darder Pericàs y Andreu Muntaner Darder. La biblioteca de Emili Darder (el mueble con la totalidad de libros) también fue a parar a casa de su hermano por decisión de Miquela Rovira. El autor de "Impressions d'un infant" posó en ellos su mirada teñida de añoranza. Recuerda los tomos, de color rojo y letras doradas, de Adolphe Thiers sobre la Revolución Francesa. Y los libros de tapas amarillas de la colección Bernat Metge, con las traducciones de los clásicos griegos y latinos. Para Josep Darder, los nombres de Platón, Sócrates o Eurípides no eran simples referencias del libro de texto, sino palabra viva, inevitablemente unida al recuerdo de tío Emili. Más adelante, Miquela Rovira recuperaría la biblioteca. Fue cuando regresó definitivamente a Mallorca y se instaló en Son Armadans. Josep Darder desconoce cuál ha sido el destino último de los libros. Fueron, junto al jardín devastado, lo que le ataba a la memoria de un tiempo feliz que acabó en tragedia.

Le pregunto qué le ha impulsado a bucear en el pasado. Me responde:
Josep Darder.- Estoy envejeciendo. Y en la vejez, nos aferramos a aquellos hechos que han marcado nuestra vida. Por otra parte, me sentía en deuda con Emili Darder y la tía Miquela. Y con Emília, su hija. Incluso con mi padre, aunque políticamente fuera próximo a la CEDA. Al fin y al cabo, la tragedia involucró a toda la familia.
Llorenç Capellà.- Antes del fusilamiento de Darder, su niñez debió de ser plácida.
J.D.-Y feliz. Mis padres viajaron a Lourdes por si la Virgen obraba el milagro de darles un hijo. Uno de los dos que tenían se les murió con cinco años. Les quedaba mi hermana, Emília, y deseaban completar la pareja con un varón. Me mimaron. Cuando la "Exposició Universal de Barcelona", en el año veintinueve, mi padre me compró un xarret. ¡Y yo aún iba a gatas...!
L.C.- ¿Qué es un xarret...?
J.D.- Un triciclo con la cabeza de caballo. Luego se convertiría en el juguete preferido de todos los niños que pasaban por casa. Uno de mis sobrinos ha encontrado los restos en Can Xarpa, una finca familiar. Pretende arreglarlo.
L.C.- ¿Los Darder habitaban...?
J.D.- En las casas y jardines del Temple o de Gumara, en donde había habido una antigua fortificación, junto a las murallas de Palma. Las viviendas de los hermanos se comunicaban por la parte posterior, la del jardín. Mis primeros años fueron bellos. Mi compañera de juegos era Emília, la única hija del tío Emili y de la tía Miquela.
L.C.- ¿Y la escuela...?
J.D.- Cercana. Aprendí las primeras letras en el colegio alemán que había en el edificio de la actual biblioteca pública, en la calle Ramon Llull. Sólo estuve un año, porque luego me matricularon en el de las monjas francesas del Pont d'Inca. Pero volviendo al colegio alemán...
L.C.- ¿Qué...?
J.D.- Recupero recuerdos de un nacionalcatolicismo incipiente. Ya nos hacían la fotografía del curso sentados en un pupitre, delante del mapa de España. Igual exagero, no sé...
L.C.- Cuénteme algo que aún no sepa de Emili Darder.
J.D.- Que había estudiado esperanto. ¿Lo sabía...?
L.C.- No.
J.D.- Ahora puede parecernos una excentricidad, pero a comienzos del siglo pasado el esperanto era una lengua de prestigio entre la clase obrera e incluso entre los movimientos pedagógicos más progresistas. Y Darder tenía una curiosidad intelectual insaciable.
L.C.- ¿Cómo era físicamente?
J.D.- Elegante. Vestía con una pulcritud extrema a cualquier hora del día. Me fascinaba su corbatín, que únicamente se quitaba para comer o para trabajar en el laboratorio. La recuperación de los detalles más nimios, que uno ya creía perdidos en la memoria, es algo mágico. Cuando tío Emili se disponía a salir, la tía lo acompañaba hasta la puerta. Y le daba el paraguas.Y le cepillaba el abrigo. Los veo a los dos. Tío Emili era un despistado. Era tan despistado que perdía el coche.
L.C.- ¿Cómo...?
J.D.- No recordaba dónde lo había aparcado. Se fue a Sóller conduciendo y volvió en tren.
L.C.- Volvamos al jardín familiar.
J.D.- Cierro los ojos y aún me refugio en él. Había una mimosa muy alta y muchas palmeras. Y geranios. Era un jardín rústico que relaciono con dos obsesiones: el sentimiento de protección y el afán de libertad. Allí me sentí protegido y libre, a la vez. Mi padre cuidaba nuestra parcela. Y yo heredé su amor por la jardinería. Conseguí buganvilias de todos los colores, siete en total. Pero ya fue mucho después de todo lo que cuento en el libro. Cayó una bomba, allí, durante la guerra.
L.C.- Me ha dicho que Emília, la hija de Emili Darder y Miquela Rovira, era su compañera de juegos.
J.D.- Más que eso. Nos queríamos como hermanos porque el resto de primos, e incluso mi hermana, ya eran mayores. Emília era de una vitalidad desbordante. Tan solo tenía cuatro años más que yo. Y jugábamos juntos. Disponíamos de una "engronsadora" que nos llevaba hasta el cielo. O al menos me daba esta sensación. Y jugábamos al escondite en su casa, que era más grande que la nuestra. Tío Emili estaba enfrascado en sus investigaciones y ni se daba cuenta de nuestra presencia
en el laboratorio.
L.C.- Se dice que era un tanto huraño, taciturno.
J.D.- Qué va. Tan solo pronunciaba las palabras necesarias, es cierto. Pero era amable y comunicativo. Me aficionó a la música clásica. Antes de exiliarse, la tía quiso que me quedara con el disco de Baltasar Samper, el que contiene las canciones y danzas de Mallorca. Me quiso mucho, tía Miquela. Y era muy alegre. Si en casa no sabían por dónde andaba, me buscaban en la suya.
L.C.- ¿Cómo era la madre de usted?
J.D.- Una buenísima mujer que estaba excesivamente influida por el clero.Y quería que yo compartiera su mundo...
L.C.- ¿Y usted...?
J.D.- Deseaba pasármelo bien, como cualquier niño. En casa de tía Miquela, podía jugar a los disfraces, aunque fuera a escondidas porque mi madre jamás lo hubiera consentido. Era tan estricta que me prohibía ir a la rúa con Emília y sus amigas. Afortunadamente mi padre era más tolerante y me dejaba hacer.
L.C.- Miquela Rovira era declaradamente de izquierdas.
J.D.- Si lo sabré yo. En cualquier caso, la política no enturbió las relaciones familiares, entre otras razones porque los tíos eran dos personas absolutamente tolerantes. Cuando los obreros intentaron quemar la iglesia de Santa Fe, don Vicenç Frau, el vicario, no dudó en pedirles que le guardaran las sagradas formas en su casa. Aún así...
L.C.- Diga...
J.D.- Mi madre y la tía Miquela se distanciaron un tanto a partir del triunfo del Frente Popular. En familia se culpaba a los Rovira del izquierdismo de tío Emili.
L.C.- ¿Notó que la crispación entre familias aumentaba los días anteriores al 18 de Julio...?
J.D.- En absoluto. Tenga en cuenta que hablo de nimiedades, no de grandes discusiones. Yo recuerdo, eso sí, que tío Emili se encontró mal y descansaba en casa del otro hermano, Bartomeu, que era médico como él. Estando allí, sufrió una angina de pecho.
L.C.- ¿Y ya había triunfado el golpe militar...?
J.D.- Sí, claro. Por esto estaba en casa del hermano. ¡Todo pasó con tanta rapidez...! Fue un mediodía. Acabábamos de almorzar cuando oímos que aporreaban la puerta de mis tíos.Y no tuvimos tiempo de reaccionar. Los golpes arreciaron y en unos segundos o minutos, no puedo precisárselo, los soldados forzaron la puerta y dos militares irrumpieron en el jardín. Años más tarde supe que eran oficiales de los Jinetes de Alcalá.
L.C.- Continúe.
J.D.- Registraron la casa y no había nadie. Entonces vinieron rápidamente hacia la nuestra. Me parecieron gigantes malignos.
L.C.- ¿Qué pasó?
J.D.- Interpelaron a mi padre con chulería, groseramente. Le exigían que les dijese dónde estaba Emili Darder. Y puesto que mi padre les respondió en mallorquín, le interrumpieron con un "hable en cristiano". Jamás lo he olvidado. Supe que nos agredían.
L.C.- Le comprendo.
J.D.- Luego, a punta de pistola, obligaron a mi padre a que les acompañara a casa de su otro hermano. Mi madre me dijo que fuera con él, que no le dejara solo. Así que fui corriendo a su lado. Fue cuando uno de los golpistas me puso la pistola en la nuca y me empujó hacia delante.
L.C.- ¿Qué edad tenía usted...?

Así, encañonados, atravesamos el jardín. Cuando llegamos ante la casa, mi padre me ordenó que me quedara fuera. Y estuve un rato allí, tembloroso. Luego, al ver que nadie salía, me escapé corriendo y no paré de correr hasta agarrarme a las faldas de mi madre. Rompí a llorar.”

J.D.- Siete años. Así, encañonados, atravesamos el jardín. Cuando llegamos ante la casa, mi padre me ordenó que me quedara fuera. Y estuve un rato allí, tembloroso. Luego, al ver que nadie salía, me escapé corriendo y no paré de correr hasta agarrarme a las faldas de mi madre. Rompí a llorar.
L.C.- ¿Qué pasaba al otro lado del jardín?
J.D.- Mi padre nos contó que tío Emili estaba en cama, semidormido. Le despertaron a gritos y se lo llevaron a empujones. Todos callamos, no sabíamos qué decir. La primera en hablar fue mi madre. Se dirigió a mí. Me dijo: "Recull les sobres de la taula i dóna-les als moixets". Fue una manera de romper la tensión.
L.C.- ¿Qué le dijo su prima Emília al reencontrarse?
J.D.- No lo recuerdo. Habían pasado días, quizás semanas. Tía Miquela y Emília se trasladaron al domicilio de Josep Rovira, en la Plaça d'Espanya. Nos reencontramos en Can Xarpa, en la carretera de Sineu, donde nos refugiamos los Darder para protegernos de los bombardeos republicanos. Regresábamos a Palma por unas horas o por unos días y volvíamos a partir. Pero recuerdo que cuando ingresaron a tío Emili en el hospital provincial, acompañaba a "l'àvia" hasta la plazuela de la Sang. Aún está el banco donde nos sentábamos, yo sin saber qué hacer, ella rezando el rosario en voz baja. Casi siempre nos encontrábamos con tía Miquela y Emília.
L.C.-...
J.D.- Al dar las cinco, el tío se acercaba un segundo a la ventana de su celda y podíamos verle. Sólo un segundo, porque no se sostenía en pie y tenía que volver a la cama.
L.C.- ¿Quién asesinó a Emili Darder?
J.D.- Vaya pregunta. ¿Los militares...? ¿Los curas...? ¿Franco en persona...? ¿Las derechas...? ¿Todos a una? ¿García Ruíz, como decía mi padre...? Sólo puedo decirle que a partir de su detención se acabaron las visitas en casa de los Darder. Ni curas ni monjas, que tantos favores les debían. Ni amigos. Nos quedamos solos. Aunque disculpo el vacío, porque el miedo era espantoso. Yo no he podido superar el trauma de la pistola en la nuca. Vive conmigo
L.C.- ¿Qué recuerdos tiene del asesinato...?
J.D.- No sé quién vino a casa para hablar con mi padre. Le ordenó que fuera al hospital a tomar las medidas del tío para el féretro. Así supimos que lo iban a matar. Lo recuerdo todo borroso. Los dos hermanos recogieron el cadáver.
L.C.- ¿Qué pasó luego...?
J.D.- Ramón Franco decidió incautar la casa de mi tío y el jardín comunitario se llenó de militares de Aviación. Había caído una bomba, en el jardín, y mató a una pobre niña de "les vermelletes", que eran nuestras vecinas. Nosotros estábamos en Can Xarpa, pero regresamos para ver los estragos. Entre la bomba y los militares, el jardín quedó destrozado. Aquel allanamiento del paraíso de mis juegos me cerraba definitivamente las puertas de la infancia. La de veces que he recitado el poema alcoveriano que habla del "jardí desolat".
L.C.- ¿Volvieron a la casa?
J.D.- Sí. Y reiniciamos la vida cotidiana. Pero El Temple había perdido su encanto. Los militares, para separar nuestra parte de jardín de la que se habían apropiado, alzaron un muro horroroso. Pero esto no nos impedía oír las carcajadas estruendosas de los oficiales que se emborrachaban en la sala de banderas. Ni sus tacos. Mi madre estaba escandalizada.
L.C.- Seguro que usted, en su interior, también alzó un muro para no recordar la infancia.
J.D.- Es posible. Aunque no lo conseguí totalmente. Además, en las décadas de los cincuenta y de los sesenta, la estulticia social era inmensa. En el círculo de mis amistades y relaciones profesionales no se mencionaba para nada el pasado republicano, si no era para denostarlo. Vivíamos en un mundo vacío.
L.C.- Miquela Rovira y Emília se exiliaron.
J.D.- Primero a Francia, luego a Venezuela. Pasaron muchos años antes de que regresaran a Mallorca.Y procuraban no mencionar el pasado.
L.C.- En su estudio hay una fotografía de Emili Darder y Miquela Rovira.
J.D.- La de la boda. Ambos son parte importante de mi paraíso perdido. La edad me juega malas pasadas y ya sufro pérdidas de memoria. Pero de ellos no quiero olvidarme. Igual que todos los Darder, crecí atado a su tragedia.