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Katharina Glaser era una septuagenaria alemana que residía en un chalet de Cala Murada, en Manacor. A finales de julio de 2006 apareció misteriosamente muerta de un disparo. Su compañero sentimental, Rudolf Messerer, acabó derrumbándose y confesó que escondía la carabina del asesinato en un hueco secreto de una mesa de la cocina. Era carpintero y se había asegurado de que nadie hallara el arma. Esta es la crónica de un crimen que puso a prueba al Grupo de Homicidios de la Policía Nacional, que finalmente pudo probar el asesinato.

La policía investiga el crimen en Cala Murada, a finales de julio de 2006.

Katharina Glaser fue asesinada una tarde del pasado domingo de un disparo efectuado con una carabina del calibre 22, a poca distancia. Así se desprendía de los últimos avances en las investigaciones del Grupo de Homicidios y de funcionarios del CNP de la comisaría de Manacor. En el transcurso del registro que se llevó a cabo en el chalet de Cala Murada donde ocurrieron los hechos se halló una funda de una carabina, lo que se convirtió en una pista fundamental. Ya no había dudas de que el novio estaba implicado de alguna forma, pero faltaba acorralarlo. Katharina vivía con su hermana y su pareja Rudolf Messerer, un alemán de 71 años con fama de violento. Las discusiones entre ellos parece ser que eran continuas.

El carnet de petanca de la fallecida.

Finalmente, el hombre se derrumbó el viernes, cuando lo acompañaron de nuevo al chalet de Cala Murada. Antes había simulado una crisis de ansiedad, por la que tuvieron que trasladarlo al hospital de Manacor. Ese día, un camión debía vaciar la fosa séptica en busca del arma homicida. El círculo se había estrechado al máximo y Rudolf se encontró atrapado, sin salida. No fue necesario vaciar el pozo. El septuagenario, de forma espontánea, confesó el crimen, y añadió que la carabina del calibre 22 que buscaban desde el domingo estaba oculta en un compartimento secreto de una mesa de la cocina. De hecho, él era un experto carpintero. El arma, en efecto, se localizó allí. Fue el principio del fin para él, aunque todavía se aferró a su versión de los hechos: la carabina se había disparado de forma accidental cuando la limpiaba.

La carabina del calibre 22 con la que se cometió el crimen de Cala Murada.

Rudolf no tenía permiso ni licencia y se desconoce cómo consiguió el arma. De nuevo ante los agentes del Grupo de Homicidios facilitó una versión poco creíble, en palabra de los investigadores. Dijo que disparó por accidente y, justamente, el proyectil atravesó el pecho de su compañera, causándole la muerte. Sin embargo, no contó qué hacía en la entrada de su casa con una carabina entre la manos. Una hipótesis del móvil del crimen fue el carácter violento de Rudolf y sus celos. Años después, un jurado popular lo juzgó y no creyó su versión, emitiendo un veredicto de culpabilidad contra él que se tradujo en 16 años de cárcel. Su abogado, con todo, acudió al Supremo, aunque con escasa fortuna.

Rudolf escuchando el veredicto de culpabilidad que emitió contra él el jurado popular.

La causa había sido revisada en una vista por el Alto Tribunal después de que la defensa de Messerer denunciara que la actitud de magistrado que presidía el jurado popular había influido en el veredicto de los ciudadanos que formaron el tribunal. El Supremo alabó el «elogiable esfuerzo técnico de impugnación» de la defensa, a cargo del abogado Carlos Portalo, pero rechazó que existiera ninguna interferencia. En concreto, el recurso señalaba que el magistrado que presidió la sala, Juan Catany, incidió en el interrogatorio del acusado en cómo se cargaba la carabina con la que disparó a la mujer. Messerer sostenía que apretó el gatillo por accidente mientras limpiaba el arma.

El juez inquirió cómo se cargaba el arma, dado que ese modelo de arma necesita para quedar cargada que además de introducir la bala en el depósito, se accione otro mecanismo para poder disparar. Ante el silencio del acusado, el magistrado insistió: «¿Por qué no lo dice?, ¿Cómo pasa la bala de la fuente de alimentación a la recámara? Omite lo fundamental». El Supremo consideró que con estas preguntas, el juez «no llegó a comprometer su neutralidad», dado que las preguntas formuladas «incidían sobre los hechos objeto de la acusación y sobre aspectos a los que ya se había dado contestación a preguntas formuladas por la defensa». Hasta el final, el septuagenario e iracundo alemán siguió manteniendo la tesis del accidente. Nadie le creyó.