El líder de los Ángeles del Infierno fue detenido en Mallorca en julio de 2013.

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Tiene una voz sorprendentemente cálida para un grandullón de 1.96 de estatura y más de 130 kilos de peso. De músculo, para ser más precisos. Y sonríe muy a menudo, dejando ver una dentadura perfecta, de un blanco casi nupcial. Nadie diría, con esos datos, que el alemán Frank Hanebuth aterrizó en 2012 en la Platja de Palma con una única misión: instaurar la ley de los Hells Angels. Los moteros de las calaveras aladas. Una pandilla poco amistosa de tipos duros con los que no es deseable toparte de noche en un callejón de s’Arenal. Con ese físico portentoso, que se ha ido tatuando fieramente, no es de extrañar que el joven Frank, allá por los años ochenta, fuera fichado por un clan motero que después fue absorbido por los Ángeles del Infierno.

Dos décadas más tarde su nombre era ya una leyenda en su Hannover natal. Había nacido en Lagenhagen, una pequeña localidad de unos 50.000 habitantes, que lo respetaban o temían a partes iguales. Ya en el siglo XXI, las carreras de Frank a lomos de su potente Harley Davidson y sus negocios relacionados con la prostitución empezaron a llamar la atención de los investigadores, que veían impotentes cómo se les escapaba una y otra vez. Tan grande y tan escurridizo. En la banda nadie rompía la lealtad al líder y esa omertá fue un pasaporte para el gigante tatuado. Pero los inspectores germanos pueden ser muy tenaces y finalmente se fue estrechando el cerco y Frank, incómodo, decidió emigrar a tierras más cálidas.

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Y entonces aparece en el mapa Mallorca. Desembarcó con su legión de guardaespaldas y adquirió una mansión de dos millones y medio de euros en Lloret de Vistalegre. Una llegada poco discreta, teniendo en cuenta el carácter mallorquín. A continuación, extendieron sus tentáculos sobre la Platja de Palma. El enclave no era casual. Los moteros buscaban una zona donde hubiera muchos turistas que se emborracharan por las noches y acabaran, perjudicados, en clubes de alterne. Que un cabeza de familia fotografiado acaramelado en femenina compañía se cotiza alto, a la hora de extorsionar.

El comandante de la Guardia Civil Francisco Martínez y el comisario de la Policía Judicial Toni Cerdá detectaron rápido su presencia en la Isla y tras algunas gestiones se confirmó que la banda estaba relacionada con organizaciones criminales, narcotráfico, blanqueo de capitales, extorsiones y turbios negocios de prostitución. La ‘operación Casablanca’ estalló el 23 de julio de 2013 y toda la organización, con Frank a la cabeza, fue detenida. En total, 25 moteros pasaron por los calabozos. Cuentan que el gigante tatuado, cuando fue arrestado en su lujoso chalet mallorquín, reaccionó con pasmosa sangre fría, casi sin inmutarse. Como si se lo llevaran para unas pequeñas vacaciones. Su estancia en la cárcel de Palma tampoco fue traumática. Se dedicó a hacer pesas y enviar recados a los suyos que estaban fuera, a través de un interno isleño. Su letra era menuda, casi minúscula. El contrapunto a esa mole de músculos y tatuajes. Algunos presos recuerdan que una mirada gélida del Hell Angel obraba milagros.

En 2015, el motero salió de prisión y regresó a Hannover, donde fue recibido con honores de jefe de Estado. A bordo de una limousine blanca, de estética militar, recorrió las calles más céntricas, donde amigos y vecinos se agolpaban para saludarle. Frank, de nuevo, lucía el chaleco de los Angeles del Infierno con el número 818 a la derecha y, al otro lado, la inscripción de «President, North Gate, Hannover». Dos años después, se casó en la iglesia de San Michaelis, en Bissendorf, con su despampanante novia Sarah, ante cientos de acólitos y curiosos. A la fiesta posterior acudieron 700 invitados y el novio, con pajarita, se dedicó a repartir abrazos hercúleos a diestro y siniestro. El lunes día 23 Frank se sentará en el banquillo de los acusados de la Audiencia Nacional. Y posiblemente también sonría.