Dos de las carteristas detenidas, el pasado miércoles por la tarde, en los juzgados. | Alejandro Sepúlveda

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En la habitación 41 del hostal La Marineta, situado en la calle Trencadors de s’Arenal, la policía encontró el pasado 14 de junio 150 euros, dos fotografías del padrón del ayuntamiento de Granadilla de Abona (Tenerife), una cartilla de CaixaBank, un certificado de empadronamiento y un papel con anotaciones en rumano de los días de mercado en Mallorca. Ion S., Petre S., y Madalina P., tres de los 17 carteristas desterrados por orden judicial, eran los huéspedes y no estaban de vacaciones. Habían venido por trabajo... o eso decían.

A sus 52 años, Ion, que utiliza múltiples identidades, ha sido detenido en un total de 44 ocasiones por delitos de hurto, robo con violencia, asociación ilícita o estafa. El tipo va a casi una detención por año. De los 17 carteristas arrestados por la Policía Nacional y la Local el pasado martes, 12 hombres y cinco mujeres, sólo cinco carecían de antecedentes. Algunos de ellos, al ser sorprendidos por la policía robando a turistas en la zona centro de Palma, se sinceraban de manera espontánea ante los agentes en un perfecto castellano: «Llevo más de veinte años cogiendo carteras, no sé hacer nada más», espetó uno de ellos, según el atestado de la Comisaría de Distrito Centro de la Policía Nacional. «Tengo que trabajar, de algo tengo que comer», dijo otro.

La llegada a la Isla de estas personas en marzo coincidió con un incremento significativo de hurtos a turistas en las inmediaciones de la Catedral, el Paseo del Borne, la plaza de España o en paradas de autobuses del centro de la ciudad. Los miembros de esta organización se distribuían en equipos de dos o tres personas antes de salir a ‘cazar’ turistas. A menudo trabajaban en pareja. Un hombre y una mujer que en muchos casos contaba con un tercero que hacía de chófer desplazándose desde s’Arenal, su base de operaciones, a zonas turísticas en coches de alquiler. Daba cobertura a los ladrones y facilitaba la huida. Tenían que actuar con rapidez.

Las presas de los cazadores de carteras eran, principalmente, turistas de avanzada edad. Son víctimas que normalmente acostumbran a llevar más dinero en efectivo y a permanecer periodos cortos de tiempo en España. Muchos de ellos no llegan a interponer denuncia y, si lo hacen, no suelen acudir a los juicios por los inconvenientes que les genera. Los investigadores de la Policía Nacional, con la colaboración de la Policía Local, solicitaron a la Tesorería General de la Seguridad Social la vida laboral de los 17 detenidos. A ninguno les constaba ninguna actividad remunerada en España. Ni un solo día cotizado. Los sospechosos, como los camaleones, se mimetizaban con el ambiente. Se hacían pasar por turistas y para ello se vestían y se comportaban como tales. La policía encontró en la habitación 36 del hostal La Marineta, donde estaba hospedado Ignat C., un sombrero blanco, otro marrón claro y un mapa de Mallorca. En la habitación 37, de Nicusor I., había cinco gorros diferentes y otro mapa de la Isla.

Mantener su estilo de vida no era una cuestión sencilla. Con el botín sufragaban su alojamiento en hostales y apartamentos, su manutención, coches de alquiler, viajes a Rumanía e incluso se permitían gastar el dinero en apuestas, restaurantes o en ropa. Los investigadores policiales han averiguado que en invierno se dirigían a las islas Canarias, donde les constan numerosas detenciones. El juez Enrique Morell ordenó el pasado miércoles el destierro de Mallorca de los 17 carteristas, que tendrán que buscar ‘trabajo’ en otra parte. Seguirán cogiendo carteras en otra ciudad española, de algo tienen que comer.

El apunte

El dinero necesario para ese tren de vida, según los cálculos policiales, asciende actualmente a 95 euros al día. Esto supondría que en un año en el que uno de los investigados permanezca solamente 100 días en España precisaría de alrededor de 9.500 euros para subsistir durante ese tiempo. Aunque el estilo de vida, comprobado por medio de las vigilancias realizadas por la policía, sugiere un nivel de gasto sustancialmente más elevado.