Las compañeras de Benita Buñola, en el Forn sa Ràpita, este jueves por la mañana. | Alejandro Sepúlveda

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En el equipo del Forn sa Ràpita, situado en la avenida Miramar y con vistas al mar, faltaba una cocinera este jueves. Una mujer «risueña y optimista». Benita Buñola trabajaba en el establecimiento desde hacía año y medio. «Nos ponía firmes a todos», dice Pedro, propietario del establecimiento, que está muy preocupado por su salud. Sus compañeras le mandaron este jueves un mensaje de apoyo.

El principal tema de conversación entre los clientes era el ataque a martillazos que sufrió por parte de Juan Prats. Los periódicos viajaban de mesa en mesa y se abrían por las mismas páginas: las de sucesos. Hace una semana que las empleadas del horno comieron juntas. Benita Buñola acudió con sus dos hijos. «Ella es un show, siempre ríe», comenta el jefe. La mujer explicó a sus compañeros que había quedado con su exmarido. Cambió su día libre para llevar a sus hijos al colegio y después fue a la casa de Juan Prats, en Campos.

Andrés, Nando, Gabriel y Pep, un grupo de amigos jubilados que meriendan casi a diario en el horno, recuerdan a Benita como «una buena empleada». Carmen, una gallega que lleva 58 años en sa Ràpita, reflexiona: «Es terrible, chico. Estamos llegando a un punto en el que da miedo todo. Mira al joven de la residencia de La Bonanova...».