Las tres mansiones cuentan con los más avanzados sistemas de seguridad. Abajo, uno de los túneles. Foto: MICHELS

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JAVIER JIMÉNEZ

La Casa Artemis, desde la Avenida del Mar de El Toro, es un chalet de lujo más. De los muchos que salpican la costa mallorquina. A bordo de una embarcación, mirando del mar hacia tierra adentro, el panorama cambia de forma radical. Ultima Hora muestra por primera vez las tres mansiones de Vladislav Reznik, el político ruso relacionado con el jefe de la mafia de su país. Es el Nido del Àguila, el fortín de Reznik.

A principios de los noventa Gennadios Petrov, capo de la Tambovskaya (la mafia de San Petersburgo), se fijó en El Toro como lugar estratégico. Aterrizó en Mallorca sin hacer ruido, pero no pudo evitar que un capitán de la Guardia Civil, ya retirado, se fijara en él. Un eslavo tan rico y tan discreto no podía ser nada bueno. Algunos agentes, curiosamente camuflados, se introdujeron en la posesión, pero se trataba sólo de una prospección del terreno, todavía no había nada contra Petrov. Se intuía todo; no se podía probar nada.

Gennadios cambió de ubicación y se mudó a la urbanización Sol de Mallorca, también en Calvià. Ya no era tan precavido y su nueva mansión era tan ostentosa que colocó un frontón en la entrada, flanqueada por sendas columnas de inspiración griega. El jefe mafioso, entonces, vendió sus terrenos de El Toro a Reznik, un emergente político ruso, amigo personal de Putin y con peso en la Duma, el Parlamento de ese país. La elección de Reznik, para el juez Garzón, no fue fortuita. No se trataba de un magnate ruso que vendía a un compatriota millonario. Eran negocios. Y los negocios siempre se hacen entre amigos. Reznik visitaba su Casa Artemis con cierta frecuencia, para volver luego a Moscú. Decidió ampliar el palacete y junto a la mansión ya construida alzó un bloque macizo, casi soviético, que convirtió en el apartamento de invitados. Un detalle revela la categoría de los huéspedes: El tejado está poblado de antenas parabólicas, cámaras de seguridad e infrarrojos. Muchas molestias para que todo el mundo se sienta a gusto. Como en casa. O como en Moscú. En el tercer terreno colindante se está reformando otra vivienda, también de gran lujo. Las vistas de la trilogía Reznik son impresionantes, tanto como los dos túneles que se han excavado a pie de acantilado. El primero da al mar. Es un embarcadero privado y al poner el pie en tierra firme el invitado -o el propio Reznik- puede adentrarse en el túnel y llegar hasta el siguiente tramo, sin que nadie lo detecte. Sólo vigilado secretamente por la veintena de ojos digitales que custodian la dacha mallorquina. La segunda rampa, con otra boca abierta en la roca viva, desemboca en la explanada que hay en los bajos de la mansión que en su día fue de Gennadios Petrov, ahora encarcelado en Madrid. Al político de la Duma no le hacía falta salir a la Avenida del Mar y subirse a su Mercedes de 170.000 euros. Le bastaba con descender por la pared vertical cortada sobre el mar y pasar los dos túneles. Desde allí podía llegar en yate a cualquier punto. Son las ventajas de ser diputado de la Duma. O quizás de ser amigo de Gennadios Petrov.