Ayer por la mañana la basura se acumulaba en la casa de Ola, que seguía precintada. Foto: JOAN SOCIES

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JAVIER JIMÉNEZ

Ola Brunkert murió como algunos escritores malditos: solo, arruinado y consumido por el alcohol. El que antaño fuera el batería de ABBA había entrado en una decadencia personal y económica que lo arrastró a la muerte. Fue una caída libre, en barrena, de un hombre que lo tuvo casi todo y al final acabó con casi nada.

El fallecimiento de Inger, su mujer, aceleró el final de Ola. El aspecto exterior de su chalet de Betlem era ruinoso, tanto como su vida interior. Sus vecinos lo recuerdan como una buena persona, que no se metía con nadie. Un sueco de los pies a la cabeza. «Iba dando tumbos por la calle, bebía demasiado», recordaban ayer en su querida urbanización de la costa mallorquina. Las penurias económicas del músico eran conocidas por casi todos: su casa estaba en venta y le habían cortado la luz. La nevera estaba vacía y no se preocupaba por comer. Era como si quisiera matarse, poco a poco. Consumía tanto vino que se acumulaban los cartones de tetrabrik en el chalet. No se preocupaba por llevarlos al contenedor. De hecho, ya no se preocupaba por nada. Estaba demacrado, tanto que nadie lo reconocería en las fotos que se hizo en 2002, cuando paseaba por Palma con su mujer. El domingo por la mañana Ola dio el último tropiezo. Se estrelló contra una vidriera de su casa, por accidente, y uno de los cristales casi lo degolló. Dio tumbos, intentó tapar la hemorragia con unos trapos y al final salió al jardín, donde se desplomó. Siguió perdiendo sangre hasta que murió, desangrado.

Un vecino descubrió el cadáver por la noche y la Guardia Civil investigó lo ocurrido. La sombra de un asesinato planeó sobre la calle Garballo, pero a la medianoche todo apuntaba a un accidente doméstico. Ayer el forense Javier Alarcón le realizó la autopsia al cuerpo de Ola y confirmó este extremo: su muerte fue accidental.

Las fuentes consultadas ayer indicaron que Ola tenía dos hijos, que han sido informados del trágico desenlace. La muerte de su esposa, hace unos meses, propulsó su caída, vaticinada por muchos. Pero su afición por el alcohol le venía de lejos, no era el resultado de la depresión que le produjo quedarse viudo.

La Policía Local de Artà lo había tenido que acompañar a su casa en varias ocasiones. Ola, musicalmente, tocó el cielo en los años gloriosos de Abba, cuando el cuarteto sueco era un fenómeno de masas, una máquina de generar dinero.