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«Mi padre murió atropellado en la carretera del Port d'Andratx y ahora el conductor nos reclama los daños producidos en su coche». Laura Ballard es la hija de un hombre de 72 años que falleció el 17 de febrero de 2006 al ser arrollado por un taxi en la carretera de Andratx al Port. Un año y diez meses después del siniestro afirma que vive «una situación surrealista porque el conductor del taxi que atropelló a mi padre nos reclama que paguemos la reparación, que asciende a 4.000 euros, y corremos el riesgo de que su abogado pida que nos embarguen la única propiedad que tenemos, que es la casa donde vivimos».

La residencia familiar de la joven está en la carretera de Andratx al Port. Unos amigos de la familia tienen una casa en la otra parte de la vía pero viven fuera y «sólo vienen a Mallorca cuando tienen vacaciones», explica Laura. «Cuando no estaban, mi padre solía pasar por su casa para ver si todo estaba correcto y coger la correspondencia», agrega la joven, y así lo hizo el 17 de febrero del año pasado. No obstante, cuando se disponía a cruzar la carretera para regresar a su casa, sobre las 21.00 horas, fue atropellado por un taxi de Calvià.

El atestado efectuado por la Guardia Civil achaca la responsabilidad del accidente al fallecido porque estaba cruzando la carretera y no portaba el chaleco reflectante. La joven, que por entonces era menor de edad, recuerda: «No vino nadie a casa, me enteré de la muerte de mi padre al día siguiente por los periódicos y me preocupé por el conductor del taxi pensando que podría tener remordimientos por haber matado a una persona. Pero ahora no me creo lo que está pasando y es un abuso del sistema judicial, de las aseguradoras, que han aprovechado el más mínimo resquicio para no pagar, y del conductor del taxi por denunciar los daños que el cuerpo de mi padre causó en su coche». «No es que mi padre resultara herido, sino que está muerto», añade la joven, de nacionalidad británica.

«Además -explica Laura, tendré que pagar a una abogada y un peritaje externo porque hay cosas que no concreta el atestado. Dice que el conductor no pudo evitar el atropello y circulaba a una velocidad de entre 60 y 70 kilómetros por hora. Cuando ocurrió el accidente se realizaban las obras del paseo peatonal y la velocidad máxima que estaba señalizada por entonces era de 40 kilómetros por hora», apunta.

Respecto al hecho de que su padre no portara el chaleco reflectante, la joven señala que él «salió de casa por la tarde, con luz, y regresó de noche, y de ser esto una falta la mayoría de atropellos a peatones quedarían impunes porque la gente no suele llevar estas prendas encima habitualmente».

La joven y su madre son poco optimistas «y creo que al final nos tocará pagar, pero en vista de los últimos sucesos acontecidos con accidentes de tráfico, donde conductores que han segado vidas, con el drama familiar que ello conlleva, quedan impunes, creo que es interesante explicar nuestro caso que raya lo kafkiano», concluye Laura.