Una vigilante de la Cruz Roja escudriña las aguas con prismáticos. Al fondo, una patrullera de la Guardia Civil. Foto: SEBASTIÀ AMENGUAL

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«Por favor, salgan del agua». Las órdenes de Esther, la vigilante de la Cruz Roja en Can Pere Antoni, son obedecidas por los bañistas a regañadientes. Faltan veinte minutos para el mediodía y luce un sol espléndido; todos quieren zambullirse en el agua y muy pocos saben que acaba de ser avistada una tintorera muy cerca de la orilla.

A esa hora la playa palmesana registra una afluencia media de visitantes. Hay unos 150 bañistas, unos tostándose al sol y otros nadando. De repente tres de ellos reparan en una sombra oscura que se desliza a pocos metros de la orilla y reaccionan con inquietud cuando la identifican: es una tintorera. Desde la torre de vigilancia de la Cruz Roja se cambia la bandera verde que ondeaba hasta entonces por la roja, de prohibido bañarse. El centro de emergencias del 112 pone en marcha un dispositivo de emergencia y minutos después llega a Can Pere Antoni una patrullera de la Benemérita, así como una zodiac del Cuerpo. Se suma al despliegue otra lancha de la Cruz Roja, mientras los vigilantes de la playa escudriñan las aguas con prismáticos.

Una de las socorristas relató a Ultima Hora que ella también vio 'algo': «No tenía los prismáticos, así que no puedo asegurar exactamente qué era. Se deslizaba en círculos, salió un poco del agua y luego se volvió a meter». La Policía Local, con varias unidades motorizadas, vigiló que los bañistas cumplieran la prohibición de nadar. Aunque algún despistado se zambulló y provocó la lógica alarma. «Ni que fuera Florida», comentó indignado un nadador que acababa de ser «expulsado» del agua, entre los pitidos del silbato de un vigilante de la Cruz Roja.

Victoria Avellà, la responsable autonómica de la Cruz Roja, supervisó desde la playa todo el operativo y recordó que ya en el año 2000 se sucedieron alarmas similares en El Molinar y Ciutat Jardí. Tres años antes dos tiburones que al parecer seguían a barcos atuneros hasta el puerto de Palma se «perdieron» en el Passeig Marítim, entre los pantalanes de los barcos. «El peligro ahora -advirtió Avellà- es que se cree psicosis y todo el mundo crea ver tintoreras donde no las hay».