El teniente coronel Antonio Peñafiel cuando era jefe de la Comandancia de Albacete.

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El teniente coronel Antonio Peñafiel, que entre 1996 y 1997 ocupó el cargo de comandante en la Comandancia de la Guardia Civil de Palma, explica a lo largo de una extensa carta la situación que vivió desde que fue nombrado teniente coronel -jefe de la Comandancia de Albacete- y hasta que, el 17 de junio de 2003, mató a tiros al comandante mallorquín Antonio Turrión y al doctor Francisco Naharro, padre de la delegada del Gobierno en Castilla La Mancha. Peñafiel, que en febrero del mismo año había sido destituido, disparó también contra el entonces jefe de la Comandancia, Antonio Lázaro Gabaldón y, según la versión oficial, se intentó suicidar.

En la actualidad el teniente coronel se encuentra recluido y a la espera de juicio en el Centro Penitenciario Militar de Alcalá de Henares.

«Lo primero que quiero que sepas -comienza explicando Peñafiel en la carta- es mi absoluto arrepentimiento por lo que hice. En esos momentos no tenía capacidad de saber ni querer, sino que estaba obcecado por todo lo que había pasado durante un año insufrible. Empezaré por contarte la situación en la que me encontré la Comandancia de Albacete a mi llegada (3-12-01), convertida en un auténtico refugio de ineptos, pues los que en su día fueron cabos y sargentos, regresaron cuando fueron oficiales a una Comandancia muy tranquila y ahora seguían viviendo en la Guardia Civil como hace 25 años, sin tener sus conocimientos profesionales actualizados y sin aptitudes para ejercer de mandos. En esas circunstancias es muy difícil que pudieran hacer algo provechoso -la tropa estaba desmoralizada y desatendida-, y esto la sociedad de Albacete lo ignoraba por el hermetismo propio de nuestro Cuerpo». Antonio Peñafiel añade que le quedaban entonces tres años para ascender a coronel «llegaba con la plena confianza de Valdivielso y debía hacerlo lo mejor posible, para no defraudarle». El teniente coronel explica así su llegada a Albacete: «Cuando me fui enterando de la situación existente, en las primeras reuniones mantenidas con mis oficiales, les reproché no haber hecho nada por remediarla. Pero claro, ellos habían sido sumisos al jefe que tenían para no perder la productividad, y así estuvieron encubriendo, durante cinco años que duró el mandato del teniente coronel Madero, mi antecesor.

Algunas de las cosas que se hacían con Madero: Todas las mañanas, mientras el jefe leía los titulares de la prensa, los oficiales permanecían de pie alrededor de la mesa de su despacho. El jefe nunca visitó las dependencias de las unidades operativas, sino que cuando llegada al cuartel subía a su despacho y salía para regresar a casa. No había una planificación de horarios de servicio para que la tropa pudiera saber los días libres con suficiente antelación.

No había oficial de servicio para atender las novedades e incidencias importantes. El horario en todas las dependencias era de ocho de la mañana a dos de la tarde, con lo que nadie cumplía las 37'5 horas semanales reglamentarias. Había una orden, firmada en acta por el jefe y algunos oficiales, para que los jefes libraran los fines de semana, mientras los guardias tenían que hacerlo de lunes a viernes, menos los de oficinas que lo hacían los domingos. No había un reparto mensual equitativo del complemento de productividad entre todo el personal de la Comandancia, puesto que de 860 componentes sólo cobraban entre 20 y 30, en su mayoría oficiales y personal de oficinas. El jefe y algunos oficiales asistían en grupo a comidas y saraos organizados por algún amigote del Cuerpo, dándose la imágen de dejar desatendido el servicio. Para corresponder a esas invitaciones mi antecesor, con el beneplácito de sus oficiales, organizaba comidas particulares en el comedor de oficiales, utilizando a guardias como cocineros y camareros».

Peñafiel añade que «para la celebración de la Patrona, Madero dirigía cartas a empresas, comercios y bancos solicitando la colaboración. Con el dinero que sobraba de la fiesta de la Patrona se pagaban las comidas organizadas en el comedor de oficiales. Los obsequios que se recibían para la celebración de la fiesta del Pilar y en Navidad, normalmente se repartían entre el jefe y los oficiales, y los guardias que son los que prestan la mayoría de servicios a la sociedad no recibían nada. En definitiva, aquello era un auténtico cortijo». Antonio Peñafiel señala que decidió adoptar medidas, «lo que hizo que me ganara el malestar de algunos de mis oficiales. Todo lo averiguado lo puse en conocimiento de mi general de Toledo, Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, en una carta personal que le envié el 25 de agosto de 2002. Su respuesta fue: 'No la doy por recibida'. A partir de esa fecha, o puede que antes, mi general se empeñó en hacer todo lo posible para destituirme del mando de la Comandancia. Así, el 7 de noviembre de 2002, a raiz de un arresto que impuse al comandante Turrión por no realizar dos servicios a la semana que le había ordenado por escrito, el general ordenó instruir una información previa para conocer el malestar existente entre mis oficiales y yo. El ocho de noviembre fue llamado a Toledo el comandante Turrión. Declaró doce folios seguidos ante el coronel Miguel Berrio con fechas exactas, por lo que entiendo que durante los meses anteriores estuvo más pendiente de anotar lo que consideraba de interés para ponerlo en conocimiento del general, que de trabajar conmigo codo a codo por el bien de la Comandancia. Con la denuncia de Turrión y con los testigos propuestos por él mismo el coronel Berrio terminó la información previa y la concretó en el informe del instructor, con doce acusaciones contra mí».