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EFE-GERONA
La farmacéutica de Olot Maria Angels Feliu explicó ante sus secuestradores con enorme entereza y aplomo su largo cautiverio y ha afirmado que llegó un momento en que «no tuve miedo a morir, sino miedo al sufrimiento», tras detallar cómo se sobrevive en un pequeño habitáculo durante 492 días. Feliu declaró durante más de dos horas en el juicio contra las ocho personas acusadas de secuestrarla y a las que, incluso, lanzó una mirada desafiante. Respecto de su carcelero, Sebastiá Comas, al que conoció como «Iñaki» y al que nunca vio la cara, la farmacéutica dijo que no es víctima del síndrome de Estocolmo, aunque puntualizó que era consciente de que «dependía» de él y llegó a sufrir por si los otros secuestradores le hacían daño.

En un relato en muchas ocasiones desgarrador, la mujer explicó cómo se la llevaron del garaje de su casa la noche del 20 de noviembre de 1992, en que dos o tres individuos entraron en el aparcamiento y uno de ellos, encapuchado y con una escopeta de cañones recortados, le apuntó y la obligó a subir a su propio coche. Ella pensó que se trataba de un robo y les ofreció las 150.000 pesetas que llevaba encima, pero los secuestradores le dijeron que «no eran unos chorizos».

Maria Angels Feliu fue trasladada en tres coches, en dos de ellos en el maletero, hasta el zulo donde estaría cautiva 16 meses: «Te quedas fría», dijo. Desde el primer momento, sólo pensó en que quería estar con sus hijos y llegó a creer que «quizás, me tirarán por un precipicio». Estuvo estirada siete semanas sobre un colchón húmedo evitando tocar las paredes porque le hicieron creer que estaban llenas de trampas y a oscuras durante cuatro meses, en que comenzó a recibir de su carcelero, Sebastiá Comas, al que conocía por «Iñaki», las primeras velas, un mechero y no fue hasta casi un año después que tuvo la primera luz eléctrica.

La secuestrada hizo gala de una memoria prodigiosa al recordar fechas y momentos de su cautiverio, gracias a las fechas onomásticas de sus seres queridos y a la radio. En aquel zulo, que ella lo ha llamado «garito», Feliu se las tuvo que ingeniar para sobrevivir en condiciones «inhumanas» y hacía lo que podía para mitigar el sonido del altavoz que le instalaron, y taponó agujeros con papeles para evitar a las hormigas, arañas y escorpiones que entraron en el zulo.