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«El primer año era encantador, pero luego empezó a golpearme por cualquier cosa; por un vaso sucio, por una discusión tonta... Me separé pero continuó acosándome, cada vez más. Ya le he puesto 18 denuncias y nadie hace nada para ayudarme. Me ha quemado la casa, mis hermanas pequeñas no quieren ir al colegio por miedo y mi madre se pasea con un spray de defensa en el bolso. Esto no es vida».

Belén Sánchez, una palmesana de 28 años, llevaba una vida del todo normal hasta que conoció al que luego sería el padre de su hija. El hombre tiene casi 25 años más que ella, pero al iniciar su relación pensó que esa circunstancia no sería un obstáculo: «El problema no era que fuera mayor que yo, sino que es un psicópata. La primera denuncia se la puse en el año 95 y desde entonces no soy la misma. Me llegó a anular como persona y, curiosamente, con el resto de la gente es cobarde; no es que sea de complexión atlética, pero me tenía atemorizada», relata Belén, que asegura que el hombre, durante los años que estuvieron juntos, intentó enfrentarla con su propia familia «para tenerme más controlada».

La joven reconoce que su historia no es novedosa "«seguro que hay mujeres que están mucho peor que yo»", pero exige que la Justicia actúe. «El 29 de diciembre de 1998 le dije que me iba a comprar a un supermercado, cogí a mi hija, que tiene dos años, y me escapé. Era la única manera de salir de ese infierno. Yo pensaba que empezaría una nueva vida y, en realidad, todo sigue igual», cuenta. Belén conoce bien el cuartel de San Fernando, la Jefatura de Policía o los juzgados. Ha estado allí en 18 ocasiones para denunciar a su ex compañero, que sólo ha sido detenido en una ocasión por maltratarla.

«La gente que lo ve desde fuera no puede hacerse una idea de lo que significa vivir pendiente de que te sigan por la calle o te den una paliza en una esquina. Pero lo cierto es que ahora ya no temo por mi integridad, sino por la de mi madre. Cada día la llama por teléfono a casa y le dice: «Tienes los días contados». Cuando baja a la calle, a veces él está allí, espiándola y la pobre mujer casi ya no sale. Incluso lleva un spray en el bolso, como yo», asegura la palmesana, que en la actualidad cuenta con un trabajo estable y se ha refugiado en su familia y amigos para superar su peor pesadilla.