El ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, destapó la placa de inauguración de la nueva prisión. Foto: PERE BOTA.

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Ayer tarde, con la presencia del ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, acompañado de las primeras autoridades civiles, militares, judiciales y religiosas de Balears, se inauguró la nueva cárcel de Palma. Se trata de uno de los más ambiciosos proyectos que se ha hecho realidad, y que pondrá fin al conocido problema de saturación que sufrido desde años la vieja prisión de Palma.

Pese a que finales de este mes los más de 600 presos de Mallorca serán trasladados al nuevo centro, de momento no se sabe cual será el cuerpo de seguridad que se encargará de la vigilancia de esta prisión, que tiene una capacidad de 1.180 plazas, y que ha supuesto aumentar la plantilla de funcionarios en más de 300 personas.

El ministro, que acudió a la inauguración acompañado del responsable de Instituciones Penintenciarias, Angel Yuste, no quiso ayer despejar esta duda, que ha conllevado problemas entre las dos grandes fuerzas de seguridad de Mallorca, la Guardia Civil y la policía. Mayor Oreja quiso enviar un mensaje de tranquilidad a los ciudadanos y afirmó que el problema está resuelto, y aunque no quiso adelantar la decisión tomada, afirmó que no se distraerán efectivos efectivos policiales que hasta ahora realizan otras funciones de seguridad.

El responsable de Interior, que también inauguró ayer la nueva sede de la oficina de Extranjería, resaltó en su discurso que la nueva cárcel era una necesidad para una de las comunidades que está a la altura del bienestar. «La prisión es un termómetro moral de lo que es una ciudad», resaltó el ministro, que recordó a los presentes que el objetivo principal de los centros penitenciarios sigue siendo la reeducación de los reclusos, y «para ello hay que poner los medios necesarios». El ministro Jaime Mayor Oreja, tras alabar el papel de los funcionarios, les lanzó un reto para insistirles que su labor dependerá dependerá del buen resultado de esta prisión, y les recordó que ellos son el único lazo que tienen los reclusos con la sociedad a la que tienen que enfrentarse.