Una de las imágenes más icónicas de la cinta ‘Bearn o La sala de las muñecas’, rodada en Raixa. | Archivo

La vida en los pueblos se suele asociar con el sosiego, la paz y la tranquilidad. No siempre es así, cierto, pero por muy placentero que sea un lugar es difícil frenar la emoción y el interés cuando se rueda una película en él copada de estrellas y nombres propios de renombre. Eso ocurrió en Bunyola con la producción de Bearn o La sala de las muñecas, la cinta de Jaime Chávarri que trajo a la Isla a gente que, en aquel entonces, eran más brillantes que el sol de Mallorca como Fernando Rey o Amparo Soler Leal, además de los incipientes Imanol Arias y Ángela Molina. Con motivo del 40 aniversario de su estreno, el Club Ultima Hora-Valores celebra el 1 de junio –con entradas agotadas– una conmemoración en la Sala Rívoli de Palma (C/ Antoni Marquès, 25). Colaboran también el Ajuntament de Bunyola y la Associació de Turisme Bunyola 365.

Alfàbia fue y será escenario de excepción. Chávarri rodó parte de la película allí, pero la conexión es más especial ya que José Zaforteza Calvet es, además de uno de los propietarios, heredero universal de la obra de Llorenç Villalonga, autor de la novela en la que se basa Bearn. Cristina Zaforteza, hija de José y gerente de los Jardines, detalla que es «bonito que se haga aquí por la vinculación emocional y sentimental» que une a las dos familias. De hecho, Cristina, que vive junto a algunos de sus hermanos donde vivió Villalonga hasta su muerte, cuenta que siendo niña acudió al estreno de Bearn en el Auditòrium de Palma junto a sus padres y recuerda, sobre todo, a Teresa Gelabert, esposa y viuda de Villalonga, que era «una mujer entrañable de corazón inmenso».

Chávarri, que por cierto es bisnieto de Antonio Maura, rememora el reto que supuso adaptar una «novela tan compleja como es la de Villalonga» y confiesa que tenía una idea diferente a la del productor, Alfredo Matas, sobre la visión cinematográfica, que era más comercial. El director indica que fue «un placer rodar en Mallorca por las facilidades que todo el mundo dio a la producción» y el «interés que despertó en los medios, que lo cubrieron muy bien», y alaba «trabajar con Ángela Molina de nuevo, que es un placer siempre, descubrir a Imanol Arias y trabajar con Amparo Soler o Fernando Rey, cuyos nombres lo dicen todo».

Esa palabra, inolvidable, es la que puede aplicar a la huella que estampó en Bunyola la producción. Fue una de las razones que llevó a la Asociación de Turisme Bunyola 365 a coorganizar el acto. Guillem Mateu, miembro de la asociación, explica que nacieron con la idea de «dar a conocer el pueblo para fomentar un turismo que cuide la naturaleza y se integre para beneficio del entramado comercial local», por ello querían llevar a cabo un «evento que llamara la atención» y al coincidir con el 40 aniversario de la cinta fue claro: «Para el pueblo fue una auténtica revolución y la experiencia provocará que afloren recuerdos». Esos recuerdos, indelebles para muchos, es lo que el cineasta Ferran Bex recupera en Un segons en cel·luloide, documental sobre la cinta. «Bearn se nutrió mucho de la gente anónima que participó nivel de figurantes, vestuario...». Caso extremo fue el de un actor que no había hecho cine nunca y que «se tenía que besar con Ángela Molina».

Anónimos

El documental, que cuenta con la participación de IB3 Televisió, pretende rescatar esa magia sobre «toda esa gente anónima que participa en una película para crearla y descubrir cómo funcionan los entresijos del cine». Conforma, pues, «una carta de amor y a todas esas horas y horas que se invierten en crear una cinta» que queda grabada tan solo un segundo en el celuloide y, por lo tanto, se mantiene con el paso del tiempo. Y es que, como decimos, la adaptación de la novela de Villalonga supuso una auténtica revolución en la localidad de la Serra con un presupuesto muy elevado para la época. Un trabajo de orfebrería fílmica que involucró a todo un pueblo y que 40 años después, mantiene muy vivo el recuerdo.