No es que no nos hayamos alegrado, y mucho, de la imprevista y súbita caída del déspota sirio Bachar el Asad, un matarife más sanguinario que su padre, lo que ya es decir, cuando tras medio millón de muertos, millones de desplazados y 13 años de guerra en la que utilizó armas químicas, ya parecía haber ganado con ayuda de Irán y Rusia. Todo el mundo se ha alegrado, y hasta hemos visto atribuirse el mérito al acabado Biden, a grupos yihadistas y al no menos matarife Netanyahu, pero el problema ahora, como ya adelantó el aventurero chiflado Lawrence de Arabia, es determinar qué es Siria, y naturalmente, quiénes son los sirios, huidos a millones en Turquía y Europa. Porque aunque Damasco es una ciudad legendaria, y también Alepo, de antiquísimas glorias y cultura, lo cierto es que Siria, de límites indefinidos, fluctuantes y borrosos, casi siempre ha estado ocupada por medio mundo. Egipcios, hititas, sumerios, acadios, babilónicos, mesopotámicos, asirios de idioma arameo (el gran Imperio de Asurbanipal, muy bíblico), persas y por supuesto griegos y romanos. Turcos más tarde, el Imperio Otomano, y tras la II Guerra Mundial, me parece que hasta los franceses andaban por ahí. Con semejante pesadilla histórica de invasores, es natural que ahora mismo no se sepa bien quiénes son los sirios, pues en Siria viven armenios, turcos, kurdos, asirios y, cómo no, millones de palestinos expulsado por Israel en sucesivas etapas. También hay presencia militar rusa, israelí y de Estados Unidos, ellos sabrán por qué. Menudo avispero histórico, la vieja Siria. Que si no sabemos qué es, menos sabremos quiénes han logrado acabar, en un contraataque fulgurante, con décadas de sangrienta dinastía El Asad. Ni quién mandará ahí, ni qué harán los poderes intrusos, Rusia, EEUU o Israel. Porque algo harán. De momento hay que alegrarse, aunque considerando que el líder del amasijo rebelde que entró en Damasco, llamado Al Julani, es para EEUU un terrorista, cualquiera sabe lo que durará esta alegría siria. Con Gadafi, por ejemplo, no duró nada. Y con Sadam menos. Mi recomendación en estos casos de alegrías imprevistas y efímeras, es aprovechar lo que se pueda. Quién sabe si habrá otra.
Siria
Palma13/12/24 4:00
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