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Del Titanic decían que «Ni Dios puede hundirlo», y miren cómo acabó. En cambio, el gato ‘Sam’ sí demostró, algunos años después, que el único realmente insumergible era él. El pequeño felino viajaba en el monstruoso acorazado Bismarck, que era la joya de la Kriegsmarine, la Armada de Hitler. Cuando el poderoso buque hundió al HMS Hood, el orgullo de la Royal Navy británica, Churchill enloqueció. Ordenó una de las mayores cacerías navales de la historia y todas las naves de guerra disponibles persiguieron y acorralaron al Bismarck, que finalmente fue mandado al fondo del mar, el 27 de mayo de 1941. El destructor británico HMS Cossack buscaba supervivientes alemanes y detectó, sobre unos tablones, a merced de las olas, al pequeño ‘Sam’. Su tripulación lo adoptó como mascota, con lo que se convirtió en el primer felino doble espía de la historia. Primero con los nazis y después con los ingleses. Pero ‘Sam’ debía ser un poco gafe, porque el 24 de octubre un submarino alemán hundió su destructor en aguas del Atlántico. De nuevo, mientras rescataban a la tripulación, maulló sobre unas cajas y lo llevaron a su nuevo hogar: el portaaviones británico Ark Royal. Esta mole se antojaba indestructible, pero nadie contaba con el mal fario de ‘Sam’, así que el 14 de noviembre fue hundido cerca de Gibraltar. Cuentan las crónicas que en esa ocasión el gato salió ileso, «pero muy cabreado». Normal, si te han torpedeado tres veces en un año. ‘Sam’ acabó sus días en el piso de un marinero de Belfast, donde murió en 1955. Imaginamos que el dueño nunca le regañó; no fuera cosa que se hundiera la casa.