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La perplejidad ante la evidencia de como todas las instituciones son arrastradas por la marea populista me lleva a pedir a los dioses otra Ilustración o Renacimiento. La decrepitud ideológica, la falta de espíritu crítico, las decisiones más emocionales que asociadas a la razón. La farsa, el embuste y la mediocridad se hacen irrespirables. La monarquía, en un alarde de ignorancia preocupante, además de falta de sintonía con las autoridades y ciudadanía en general, proclama con el título de «Real» a una Academia sin ningún rigor, ni criterio razonable. Los rectores de universidades con un déficit de método científico alarmante se atreven a plantear que dejen de colaborar con universidades israelíes por la guerra de Gaza. Estos mentecatos no entienden a los investigadores. El saber, la ciencia, el conocimiento y la innovación no pueden tener nada que ver con las turbas políticas y o de agitación social. Qué culpa tienen los investigadores de todo el mundo, que están realzando clústeres científicos, que serán muy beneficiosos para la humanidad, ahora se vean privados y den un parón a programas que a lo mejor llevan años de desarrollo. Si los máximos responsables de los altares del conocimiento son tan pobres de espíritu, tan incapaces y poco serios, entonces es que estamos ante un proceso de descomposición social trágica. Los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, ya no informan; son simples transmisores de relatos, fruto de algoritmos del mercado o de decisiones políticas o económicas. Más que informar e investigar la verdad, se dedican a generar opinión. La mentira aflora por todos los estamentos y organizaciones. Sufrimos un proceso de idiotización perverso y peligroso. La ley socialista en educación, que promulgó la Sra. Celaá, con la trágica LOMLOE, nos está llevando a una generación menos preparada a nivel académico. Todo ello repercute en comportamientos sociales inapropiados. Los padres vivimos en una mentira, que transmitimos sin darnos cuenta, a nuestros hijos. Estos días algunos expertos relataban con acierto que la educación la dan los padres. No se puede delegar. Permitir el abuso de pantalla, la falta de diálogo con los hijos. No entender que educar es marcar límites entre otros factores nos conduce a una sociedad empobrecida en valores y con comportamientos indeseables. Con el fango político no pierdo ni tres segundos. Los dioses con pies de barro que nos dirigen, salvo excepciones, son de una catadura moral y de principios indignante. Algunos psicópatas integrados toman decisiones trascendentes para la humanidad. Nos contaminan y matan con alimentos, mediante estudios manipulados, para que los consumamos. Los lobbies invitan a la prevaricación del poder político para sus fines crematísticos. Reflexionemos y meditemos. Porque con todo esto, la vida es bella.