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El ser humano está orientado biológicamente hacia la sociabilidad, la empatía y a cuidar de los suyos, gracias a ello la humanidad ha sobrevivido como grupo y ha avanzado como especie. A pesar de esto, la maldad humana existe, hay personas nocivas para sus semejantes que no están mentalmente enfermas y que, por tanto, son plenamente responsable de sus actos dolosos. Estos no desean dejar de ser malvados, ninguno va a la consulta a curarse, pues no tienen sentimiento de culpa ni propósito de enmienda, si no fuera así, no sería un verdadero malvado. Aceptando que todos los seres humanos tenemos un potencial agresivo y otro bondadoso, cuando el desequilibrio entre ambos es agudo a favor de la maldad, la persona será considerada como tal. Hay otros malos que, en función de su patología mental pueden ser total o parcialmente imputables. No es el caso de las personalidades dañinas incluidas dentro del perímetro conceptual de la psicopatía, narcisismo, maquiavelismo y sadismo, la tétrada maligna de la personalidad, los factores de mayor relevancia respecto al riesgo de producir daño sobre personas ya sea en su integridad física, moral o patrimonial.

El psiquiatra L. Ortega Monasterio, en su libro (Un ensayo sobre la maldad. Ed. Lanza) analiza el fenómeno desde el punto de vista clínico, pero va más allá y arroja luz sobre una cuestión que siempre ha seducido a la humanidad. Muy interesante de leer en estos tiempos revueltos en los que algunos malos pretenden pasar por salvadores de las calamidades que nos acechan cubiertos con piel de cordero. La obra ayuda a comprender, desde el punto de vista clínico, algo tan genuinamente humano, desconocido y de tan amplio alcance filosófico y moral como es la maldad.

Aplicando estas enseñanzas en la política española podemos afirmar que asentarse en la poltrona con una ambición de poder desmedida, abrazar las tesis del populismo de izquierda, intervenir en la economía de mercado libre, son malas acciones.

Destruir la convivencia democrática, fomentar la polarización, convertir su mandato en cesarista, desnaturalizar el PSOE acabando con el debate interno, situarlo en la extrema izquierda, constituye una indignidad.

Remover los odios, legislar con el objeto de satisfacer el revanchismo, levantar un muro para arrinconar a la oposición, criminalizarla y deshumanizarla (la jauría, Bolaños dixit), volcar sobre ella todos los males y presentarse como el salvador de las libertades, son acciones perversas.

Asumir desde el Gobierno del país parte de las tesis separatistas, indultar a los golpistas, modificar el Código Penal en su beneficio y amnistiarlos, es una maldad.

Omitir las campañas orquestadas por el propio Gobierno y los partidos que lo apoyan contra políticos de la oposición y sus familiares y acusarlos de estos mismos hechos, es una mala acción.

Aprovechar la aceptación judicial de una denuncia por las actividades impropias de su mujer, para hacerse la víctima de un golpe judicial y mediático, más allá de sus consecuencias penales, es un comportamiento maligno.

Reformar la Constitución por la puerta trasera, la falta de respeto a la independencia judicial, amenazar con cercenar la libertad de expresión y su aversión declarada a los medios de comunicación no afines, criminalizar la disidencia política y ningunear al Rey, son acciones malvadas.

Ponerse Sánchez a la cabeza de un movimiento para acabar con los bulos de la fábrica de fango cuando él mismo es el mayor propagador de ellos, es como si Jack el destripador se quejara de la inseguridad ciudadana.