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Si captó la ironía entenderá perfectamente que aquí sigo, escribiendo libremente y diciendo lo que me viene en gana. Me tomé unos días de reflexión, pero sigo, no lo dejo. La única diferencia entre Pedro Sánchez y Xavi Hernández y yo es que a ellos no los conoce ni el tato. Al final, los tres seguimos a lo nuestro, porque en este país todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Ahora lo nuevo va a ser defender la libertad de prensa y acusar de vivir en el fango a todo aquel que no piense como yo. Así empieza el fin de la libertad de prensa. Y si fuera cierto aquello de que hay plena confianza en la Justicia española, no habría que recordarle a nadie que nuestro Código Penal recoge de manera amplia y en ocasiones ciertamente subjetiva, los delitos de injurias y calumnias, a los que puede apelar aquel que se sienta ofendido, injuriado o calumniado.

Coincido plenamente con Sánchez en que la política actual flota en un verdadero lodazal, aunque me cuesta más discernir quién pone el polvo y quién pone el agua. Entre unos y otros han convertido el debate en auténticas arenas movedizas capaces de engullir al más pintado. Solo sobreviven los que no hacen nada, esos siempre flotan, como otra cosa que usted y yo sabemos. Pronto vendrán las catalanas y las europeas y ya le auguro yo que Pedro Sánchez, de nuevo, se llevará una buena tajada.