TW
7

Ha pasado casi una semana desde la comparecencia de Sánchez. El lunes, Joan Carles Bestard me hizo reír hasta las lágrimas con el vídeo que colgó en Facebook. La genial interpretación del sobrino de Madò Pereta alegró una jornada cuajada de interrogantes, a cual más sombrío. El gran líder populista -nunca me hubiese atrevido a calificarle de ese modo antes de los cinco días de abril, pero ahora sí- reapareció hecho un brazo de mar escenificando una comedia que no hubiese mejorado ni Xesc Forteza. A la tristeza -su impagable referencia al amor romántico- con que se despidió temporalmente le sucedió un arrebato de chulín de Lavapiés. No solo no me voy sino que me postulo como candidato a las próximas elecciones. Puro postureo, como siempre. El guion estaba escrito, tanto el lacrimógeno del primer acto como el envalentonado del segundo. Está en campaña y después de su «resurrección» -solo necesitó dos días más que Jesús de Nazaret, tiene mérito- debía transmitir el rostro del vencedor emergido de las frías losas de la sepultura.

Pero no nos engañemos: esta vez el gran comediante está tocado. Su presunta fortaleza deja translucir una debilidad que se adivina tras los aparentemente recios muros del fortín socialista. Está tocado, pero aun menos que el aparato del PSOE, incluyendo «nuestro» PSIB, desarbolado como un velero arrastrado contra los arrecifes por los embates de vientos enfurecidos, olas de pico. De ese resquebrajamiento surgen las amenazas contra la prensa.

Tampoco me duele reconocer que la extrema derecha cabalga sobre la enloquecida yegua de los bulos y -al menos en nuestro caso balear- de la ignorancia sin sentido del ridículo. Pero no son los únicos, ni tampoco los primeros. Esa guerra sucia contra el adversario visto como enemigo la inició el PSOE hace ya mucho tiempo. Unos y otros no son de fiar y a mí me dan más miedo los ojos inyectados en sangre de Iago Negueruela que las sandeces lingüísticas de Patricia de las Heras, avaladas, qué barbaridad, desde el propio Palacio de la Zarzuela.

Estamos, pues, encajonados entre un embrión de caudillo populista y una horda de alocados ignorantes. Se imponen la sensatez del centro, la solvencia del conocimiento, el consenso que hizo posible la Transición. No va a ser fácil librarse del abrazo de tantos osos aunque aquí, en las Islas, tenemos el reducto del seny y en él debemos refugiarnos.