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Es curioso cómo la posible victoria de Donald Trump se está convirtiendo en un arma arrojadiza, casi en el viejo truco de «viene el lobo» para políticos de un signo y de otro. Apenas recuerdo qué clase de amenazas apocalípticas surgieron durante la anterior presidencia del empresario yanqui, así que no logro adivinar cuál es el terrible peligro que nos acecha en caso de que gane las elecciones en noviembre. Sí recuerdo que su campaña electoral, igual que ahora, se basaba en «hacer grande a América de nuevo» y eso significa reindustrializar su país, proteger el empleo de los norteamericanos, implementar aranceles a la producción exterior, cerrar las fronteras para controlar el flujo de inmigrantes y centrar sus políticas en lo doméstico, lo que suponemos que más interesa a los estadounidenses normales y corrientes.

¿Quizá sea ese el problema? Desde que al finalizar la II Guerra Mundial Estados Unidos se erigió en árbitro, juez y policía del mundo, son muchos los países que han contado con la prodigiosa fortaleza militar del gran amo del planeta para cobijarse bajo su paraguas, en forma de OTAN, de ONU y de cuantas instituciones supranacionales existen. Ahora, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, advierte de que «Europa es mortal y puede morir» si no se toman suficientes medidas. Habla de la urgencia de militarizar el continente, de reindustrializarse, controlar fronteras y plantar cara a las amenazas del exterior. Qué distinto el discurso de hace unos años, cuando se alababa la posibilidad de diluir las fronteras para que las mercancías circularan, las empresas se deslocalizaran y triunfara la dictadura del mercado. Curiosamente, aunque lo nombra como peligro, dice lo mismo que Trump.