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El encuentro de presidentes de parlamentos europeos que tuvo lugar esta semana en Palma es un ejemplo singular de la completa desconexión a la que está llegando la política respecto de los ciudadanos. Si en el futuro alguien busca las razones de la irrelevancia de nuestro continente, este congreso, o más bien pachanga, puede arrojar luz. Esta es la lista de razones que descalifican este evento lamentable.

La más clamorosa es que los presidentes de los parlamentos no tienen potestad ni competencia alguna para trasladar a acciones concretas lo que puedan debatir. En la práctica, esto ha sido como una charla de bar. Para algo hay ministros de Exteriores, competentes en estos temas. En un parlamento la iniciativa no es del presidente sino de los grupos parlamentarios, o sea de los partidos políticos. Este encuentro nació condenado a ser inútil y sus conclusiones, de haberlas, dormirán para siempre en una estantería. Otra cosa es que hubieran debatido sobre el funcionamiento de las asambleas que presiden porque de eso sí son responsables, aunque no lo sepan.

Consecuencia de este absurdo es que ningún medio ni en Europa, ni en España, ni en Baleares, se hizo eco de las chorradas que se dijeron. Lógicamente esto sólo fue noticia en Baleares, como lo son los viajes de estudios o los del Imserso. Sólo se salvaron los tópicos del Rey, útiles aquí y en un congreso de cofradías de pescadores.

La irrelevancia queda aún más de manifiesto si leemos el objeto de la jornada: «La autonomía estratégica de la Unión Europea ante los nuevos retos para las democracias liberales en tiempos de redes sociales e inteligencia artificial y en materia de política exterior y de defensa: la invasión ilegal de Rusia contra Ucrania y el conflicto de Oriente Medio». Parece que alguno ya venía bebido. Sólo aclarar esta parrafada les hubiera llevado la semana. Mejor les hubiera ido degustar sobrasadas.
Que estos políticos hayan requerido a ochocientos policías nacionales desplazados desde la Península para protegerlos añade otro componente irreal. ¿Encima se creían que alguien reparó en su viaje? Si acaso, quien debe protegerse de ellos somos los ciudadanos, que vemos cómo gastan nuestro dinero de forma impúdica.

En las jornadas, la presidenta del Congeso de los Diputados, nuestra Francina, y el presidente del Senado, pronunciaron discursos pidiendo un gran pacto europeo sobre migración y asilo. Habría sido menos ridículo si no fuera que apenas el diez de abril se había llegado por fin a un pacto para cambiar las leyes de inmigración en Europa. Pero ellos piden otro pacto más. Para ver el tono de los discursos, baste leer el de Armengol cuando pide «autonomía estratégica abierta para mejorar determinadas carencias que permitan alcanzar una capacidad autónoma de respuesta a las crisis internacionales que sea compatible con la defensa de la OTAN».

En este delirio no es de extrañar que los hombres de España hayamos podido estar representados por Armengol en la reunión de presidentas de parlamentos, que tuvo lugar el día antes, mientras que las mujeres de Italia, pongamos por caso, no, por tener un presidente. Es lo que tiene el declive moral de un continente: no hay por donde cogerlo.

Baleares, desde luego, no desentonó en este circo: Armengol parece haber sido la estrella, aunque en las fotos tuvo la competencia feroz habitual; apareció el presidente de los amigos de Qatar, un tal José Ramón Bauzà; nuestro libertario hizo el mismo papel de jarrón decorativo que Balti, y también vimos que un jefe de gabinete sirve para llevar el paraguas.

El acto de esta semana tiene la gran virtud de ser transparente: nos muestra el lenguaje absurdo, vacío; la pompa innecesaria y costosa; la absoluta ausencia de liderazgo; la dependencia del tuit y de las fotos para las redes; el sueño de ser estadistas; en fin, la mediocridad que nos arrastra en esta caída infrenable. Podrían haber debatido sobre el cáncer o la procesionaria del pino que hubiera dado igual. Cuando un día alguien encuentre en su estantería las conclusiones de estos días, debería entender que esto es hoy lo que las comilonas en triclinios eran en la degeneración de Roma.

Lo peor, sin embargo, no es lo anterior. En toda la historia de la humanidad ha habido caraduras que se toman vacaciones pagadas por otro. Lo peor hoy es nuestra anestesia: estamos dormidos; hacen estas payasadas y todos miramos para otro lado. Si los ciudadanos actuamos como si todo esto fuera absolutamente normal, la decadencia continental se explica mejor. Nuestra indiferencia es el síntoma verdaderamente alarmante de una sociedad muerta.