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Pasó el Día del Libro y hay que continuar el Libro de los días, que nos acompaña paso a paso. Cada día cruzamos una página. Además, cada día es un día del libro aunque, para diferenciarlo del que se celebra una vez al año, lo escribamos en minúscula. No hay que abusar de las mayúsculas y, desde luego, hay que huir de las siglas (tan dadas a desfilar con letra grande) como alma que lleva el diablo. El libro de los días (hecha la presentación, se puede volver la letra pequeña) es para abrir desde cualquier página y es posible que en alguna nos lleguemos a encontrar. No tiene que ser necesariamente un diario o un dietario. Puede que ni siquiera lo escribamos: sencillamente es lo que nos sucede cada día. Tiene capítulos brillantes, otros que lo son menos, se presta a veces a la confusión y, a veces, no sabes si tú le hablas o es él quien te habla a ti. En el libro de los días cabe algún Día del Libro de esos como el que se celebra cada 23 de abril. El del martes empezó con tiempo desapacible y la gente miraba al cielo esperando el momento de dar una vuelta por las mesas desde donde te hacen señas para parar. Al final no se hizo la lluvia dueña de la jornada. Es posible que compráramos algún libro o es posible que no; hay quienes no compran nunca libros el Día del Libro. Hoy se seguirá hablando de libros y siempre se puede recomendar alguno. Aunque ya advirtiera Virginia Woolf que el mejor consejo sobre libros que podía dar era no seguir consejos. Basilio Baltasar tiene que comentar más que presentar esta tarde en Palma dos de sus libros. Uno es El Apocalipsis según san Goliat. Es un texto para atravesar con mucho sosiego, ignorando los ritmos de hoy en día, desconectando. Como si cuando miras un cuadro no hubiera nadie más, como si sólo tuvieras que elegir el pasadizo que quieres que te lleve a alguna parte. Eso pasa también con el libro de los días de cada día.