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Me encanta comenzar un artículo con el nombre de una mujer, y mejor si es el de una mallorquina llamada Margalida Prohens, de linaje provenzal e hija de la telúrica villa de Campos, hoy presidenta de las islas. Y es que no se me ha borrado el recuerdo de su imagen, el pasado viernes santo, entregando un ramo de flores al paso de una cofradía que este año celebra su centenario. En mi memoria el vestido blanco de la presidenta y la plaza de Santa Eulalia abarrotada de fieles. Días más tarde su figura intentaría ser distorsionada por la de Judas Iscariote, cosas del imaginario político de Luis Apesteguia.

Este año las procesiones han sido recibidas con especial devoción y considerable aumento de fieles. ¿Por qué? ¿Acaso ha crecido la religiosidad popular? Cada día son menos los que van a misa. Cada día menos los matrimonios por la Iglesia, y sin embargo el peso de la religiosidad se ha hecho patente en las calles. Sofía de Grecia aparecía en Málaga, en competencia con Antonio Banderas, y su hijo Felipe VI en Madrid. Curioso detalle, y las televisiones captaban con generosidad los desfiles y la regia presencia de ambos. Algo rocambolesco, en un país laico y progresivamente apartado de la fe.

Mi bisabuelo Gabriel Fuster, librepensador, odiaba las procesiones. Como miembro de la Junta revolucionaria que se hizo cargo del gobierno de las islas a la caída de Isabel II, en la primera reunión votó el único punto del orden del día: suprimir las procesiones. ¿Tan importantes eran? Pues sí. Constituían las principales manifestaciones populares de culto, y no me refiero a las de Semana Santa, que en Mallorca carecían de tradición. Tales expresiones podían ser utilizadas por sectores contrarrevolucionarios y crear conflictos impredecibles. Al llegar Fuster a su casa, a cien metros de la plaza de Cort, donde se había reunido la junta, su mujer, Buenaventura Forteza, le impidió la entrada hasta que revocase la decisión tomada. Era dama de profunda religiosidad. Desconozco donde durmió mi bisabuelo aquella noche. Solo sé que al día siguiente la decisión fue anulada, como confirma Juan Llabrés en sus Noticias y relaciones Históricas.

Y es que, amigos, con procesiones o sin ellas, el peso de la mujer era y es inmenso en Mallorca. Aquella tarde septembrina de 1868 mi bisabuela no debió ser la única en echar a su marido de casa. No había más alternativa: o toleraban las procesiones o dormían en Ca na Maria des racó.

Me entero estos días de que se ha publicado por primera vez en castellano, por Nicolau Pons, el poema La deixa del geni grec de Costa y Llobera, cuyos protagonistas son Nuredduna y Melasigeno. La sacerdotisa mallorquina de la tribu de la Encina, versión talayótica de los nacionalistas de Més, ya puede expresarse en castellano al declarar su amor a Melasigeno, que dejará en la isla la lira de la armonía, la llamada a la fraternidad universal.

Siempre tendremos en Mallorca la suerte de disponer del protagonismo de la mujer, sea en Nuredduna, sea en Marga la de Campos, que hace dos días, recién llegados de Sevilla los ochocientos hinchas mallorquinistas, no ha dudado en calificarles de vencedores, convirtiendo sus llantos en alegría. Esto es lo que necesitamos: hacer endecasílabos de la prosa diaria.