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No conozco país en el que la política no tenga algún nivel de electoralismo. En los países serios, se anticipan las inversiones para los electores preferidos o hasta se diseñan programas específicos para algún colectivo. En el otro extremo, en las repúblicas bananeras, les regalan dinero, los contratan para un puesto público o les entregan neveras y cocinas, según sea más apropiado. España y Baleares están a mitad de camino entre estos extremos aunque, desde ya hace algunos años, nos deslizarnos velozmente hacia lo peor, hacia la cutrez total. Ahí tienen a la derecha enfangada con traficantes de droga; a la izquierda enlodada con cuanta minoría hay o a los nacionalistas usando la enseñanza para ellos. Los ciudadanos también tenemos culpa, porque da la impresión de que si nos beneficiamos, todo vale.

Hace unos días, el Parlament balear ha bajado otro escalón en ese tobogán: el Partido Popular presentó una proposición no de ley para que el Gobierno subvencione los vuelos charter de los aficionados del Mallorca que viajen a la final de la Copa del Rey en Sevilla. Es el mismo Parlament que en el pasado había aprobado por unanimidad pedir que Baleares tenga la hora de Ucrania o que Madrid subvencione a los ciudadanos del Archipiélago el tren en la Península, una vez bajamos del avión.

Ahora pedimos ayudas para ir al fútbol en avión chárter, porque si volamos en línea regular, con nuestros impuestos pagamos unos cuatrocientos euros del billete de cualquier aficionado que vaya a ver la final de Copa en Sevilla. Sólo puedo sentir indignación de que me cobren impuestos para un fin tan innecesario, tan baladí. Yo también tengo mis aficiones que, como la mayor parte de la gente, financio con mi propio dinero, sin ser subvencionado. Encima ampliarlo a los vuelos chárter es ofensivo.

Este disparate tiene sus antecedentes: antes de las últimas elecciones, los socialistas regalaban cuatrocientos euros para la cultura juvenil, pagaban ayudas para el alquiler, daban bonos para comprar cualquier cosa en los comercios pequeños, introdujeron el bus gratuito, funcionarizaron la plantilla de IB3 y subieron los sueldos de los médicos más de lo que ellos se atrevían a pedir. Antes, como ahora, el Consell paga al Mallorca, una entidad privada, de un americano, con el pretexto más inverosímil. Hoy, los socialistas dicen que «ni aunque el ministro quisiera, podría atender el pedido de Baleares» de subvencionar los vuelos chárter, por lo que se abstienen, no sea que un mallorquinista se enfade. Observen: no están en contra, sino que sugieren que no hay tiempo.

En Més también se ven sus debilidades demagógicas: la rama de Mallorca se abstiene porque ve un agravio de Madrid o, más probablemente, porque teme un perjuicio electoral; pero Més per Menorca vota no; total, no perderá ni un voto. Podemos, ahora que ya es totalmente marginal, se opone; a buenas horas.

Naturalmente, al Partido Popular el descuento le importa una higa. Si de verdad lo quisiera, lo habría negociado discretamente. Cuando lo lleva al Parlament, cuando lo convierte en una bandera, una vez sale en los medios, es porque sólo quiere el rédito de coger a los socialistas en un renuncio. Ya había sido bastante bochornoso ver a todos los gobernantes de Baleares en las semifinales de San Sebastián. ¿Qué nos aporta? Sin embargo, lo peor es el silencio social; si los líderes de opinión fueran un poco más críticos, esta gente no se atrevería a pasarse tanto. Aquí, los unos critican a la izquierda y los otros a la derecha, pero callan cuando todos se sumen en esta profundidades inmorales. El silencio ante esta degradación, ante la normalización de nuevas vergüenzas, ante esta espiral electoralista, es lo menos aceptable.

Alguien tiene que defender que los impuestos no se pueden gastar frívolamente mientras haya gente que arrastra sus problemas de dependencia con las paupérrimas ayudas públicas; no mientras en los comedores públicos haya colas de gente que no tiene alimentos; no mientras muchos jóvenes no encuentren empleos dignos; no mientras el PIB y la renta de Baleares siga cayendo; no mientras haya un medicamento excluido de la sanidad pública. Ya bastante tenemos con que los sindicatos poderosos consigan privilegios inadmisibles. Lo sabemos todos pero lo tenemos asumido.

No se puede gobernar siguiendo la brújula de los chantajes electorales. Al final nadie respeta a quien no tiene otro criterio más que el número de votos del interlocutor. Vean cómo acabó Armengol. Si uno tiene que irse a casa, siempre es más digno hacerlo por actuar con rectitud. Lo peor es perder el honor y encima las elecciones.