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Los que nos dedicamos al periodismo somos especialmente sensibles a la pavorosa rotación de la información, de modo que hoy un tema se convierte en tormenta periodística y dentro de tres días se ha olvidado, porque estalla otra bomba mediática, a menudo de forma intencionada para borrar del mapa cuestiones delicadas. Para el común de los mortales esto solo significa cierta inconsciencia, el no darse cuenta de las cosas que ocurren en el mundo, porque la tele, la radio, la prensa y las redes sociales no escarban más allá de la corteza de los acontecimientos. Lo que hoy es una tragedia, mañana es el absoluto silencio. Podríamos preguntarles a los sudaneses, que de forma efímera salieron en los titulares con el rango de protagonistas, algo ciertamente raro cuando se trata del continente más olvidado de todos, África. Pues allá siguen y van de mal en peor. Las ONG, que parecen las únicas interesadas en aquellas tierras, hacen llamamientos a la compasión y claman ayuda, porque es allí donde se ha producido el mayor éxodo de personas del planeta, once millones, que se encuentran en grave riesgo desde que huyeron de sus casas por la guerra, en abril del año pasado. La economía del país, ya precaria, se ha desplomado por el conflicto, lo que condena a uno de cada tres ciudadanos a sufrir hambre, dificultad para acceder al agua, inseguridad y violencia. Como siempre, mujeres y niños son los más afectados. Sin embargo, ¿alguien nos lo cuenta? ¿vemos a diario en televisión esos rostros angustiados? ¿algún analista nos explica las razones de esa guerra? Claro que no, más allá de las noticias del principio nada hemos vuelto a saber. Porque son negros, están lejos y sus problemas nos salpican poco. Así de triste.