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Hay un aspecto completamente ignorado del mundo de internet que valdría la pena tener más presente, porque nos arroja luz sobre las inconsistenciales ideológicas del hombre contemporáneo: las redes, las pantallas y toda la cultura que rodea la revolución digital han sido concebidas y desarrolladas bajo el control total del progresismo, de la contracultura, de la oposición al establishment, pese a lo cual podríamos concluir que su resultado final no ha sido muy diferente, si no incluso un poco más intrusivo a que lo hubiera puesto en marcha el gran capital.

Tanto por el momento histórico como por sus protagonistas, el ‘boom’ de las nuevas tecnologías es hijo de los ‘hippies’, enemigo de las grandes corporaciones, concebido de abajo hacia arriba con la intención de liberarnos del poder tradicional. De hecho toda esta revolución la protagonizan jóvenes de California, enemigos, opuestos, contrarios a las multinacionales convencionales, defensores de un nuevo modelo social, promotores del sexo libre, de la droga, de las comunas, de la ausencia de autoridad. Eran los ‘jeans’ contra los trajes de franela gris. Por eso las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley promovían slogans sobre hacer el bien, postulaban no cobrar nunca por acceder a la red, tenían una oposición a todo control jerarquizado, despreciaban profundamente a Wall Street, el símbolo del dinero y defendieron siempre una cultura laboral ‘soft’ con sus empleados -durante años, Google no tenía horarios, los viernes los trabajadores escogían qué hacían, disponía de gimnasios gratuitos en su sede y daba la comida sin coste a toda la plantilla-. Era la oportunidad para demostrar en qué consiste la revolución, cómo era romper las cadenas opresoras capitalistas.

La idea con la que se desarrolla todo el movimiento tecnológico californiano es la de empoderar al ciudadano, al individuo, frente a las corporaciones. Un ordenador tenía que equiparar el poder de cualquier persona ante los grandes. Es endiosar al hacker, capaz de desafiarlo todo. Por eso nunca debería haber límites ni controles de acceso a nada. Por eso el anonimato que sobre todo nos debía proteger de los que tienen poder. La construcción de comunidades alternativas, online.
Fred Turner cuenta con detalle cómo desde algunas publicaciones se diseñó la filosofía del poder emergente: debía de residir en el individuo y no en la organización, defendiendo una estructura desprovista de rangos, jerarquías, jefaturas. Esta era la gente de las comunas, de la igualdad radical, de ‘haz el amor y no la guerra’, de los festivales de música como el de Monterrey. Ahí estaban en primera línea los Stewart Brand, Steve Jobs o Steve Wozniak. Era el momento del Free Speech Movement, la New Left y la Whole Earth Network. Pura contracultura. Y eso es lo que terminó representando Internet: economía colaborativa, participación, Linux, Firefox. Una revolución que por fin sería liderada por todos y no por unos pocos. Lo vigilaban desde Wired, la publicación de referencia de Silicon Valley.

Eso es Google: dos chavales de la universidad desarrollando una herramienta bajo el principio de «no hagas el mal»; Facebook, con una herramienta colaborativa ideada para el conocimiento humano, para relacionarse, para el contacto desenfadado. Dos empresas que vivieron durante años al borde de la quiebra porque el dinero no era su meta, porque no querían ni oír hablar de la pervertidora publicidad, lo cual no deja de ser una paradoja colosal para dos compañías que son hoy las líderes mundiales de la publicidad; que rechazaban e incluso se burlaban de las grandes corporaciones que enviaban a sus directivos a ofrecer cantidades astronómicas de dinero por herramientas que no entendían y querían controlar.

Hay una ocasión incluso en la que Zuckerberg se burla en la cara del director general de la CBS que viaja a California para comprar Facebook: no es que no quiera escuchar la oferta, es que le organiza un circo simplemente mal educado, tras llegar tarde y comportándose con total descortesía.
Visto hoy, creo que se puede decir que todo el mundo de internet acabó en puro capitalismo, en un negocio fantástico incluso más intrusivo en la privacidad de las personas que el de las grandes multinacionales. Es verdad que el objetivo no era este, pero esto de juzgar a las empresas por lo que querían hacer y no por lo que hicieron realmente es muy benévolo. Es como juzgar a los políticos por las intenciones y no por los resultados.

Todos estos chicos majísimos, auténticos, nobles, cuando tuvieron a su alcance los datos personales de todo el mundo, optaron por crear el mayor negocio del planeta, exactamente igual que hubieran hecho los capitalistas a los que criticaban; cuando se trató de captar audiencias descomunales explotando la emocionalidad de los jóvenes a los que se dirigían no dudaron ni un instante, como hubiera hecho el presidente del banco más avaricioso del mundo; cuando tecnológicamente fueron capaces, manipularon las emociones en su provecho. La única diferencia, al final, es que estos ricos no llevan corbata.

Otra paradoja es que esta izquierda libertaria crece en los Estados Unidos ultracapitalistas y es bloqueada justamente por la China comunista, donde esto del anonimato no tiene lugar porque el ‘gran hermano’ lo controla todo. No deja de confundirnos cómo las herramientas que nos deberían haber dado libertad han terminado por someternos, por controlarnos, por robarnos la identidad para venderla a las multinacionales. Al final ha resultado que hasta pueden ser más de fiar los que dicen que hacen el mal que los otros. Por lo menos los vemos venir.