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Lo confieso: utilizo aquí un viejo truco de periodista para captar la atención del lector y que piense que lo que voy a ofrecerle es algo escabroso e indecente… pero ya que están, quédense hasta el final, porque algo de eso es lo que pretendo transmitir hoy. El caso es que en uno de mis recientes viajes a la Isla, y recién llegado de una provincia en la que la hostelería goza de muy buena salud y es famosa además por la calidad humana y profesional de sus empleados, caminé animadamente hasta un local del centro de Palma de esos que son punto de referencia indiscutible tanto para los turistas más turistas como para los ciudadanos más autóctonos, y observando que su amplia terraza estaba un tanto atestada, me dirigí a la camarera con una intrascendente y simpática frase acerca de la imposibilidad manifiesta de encontrar un temprano hueco en una mesa… ante lo cual, y sin mediar palabra por su parte, ella me obsequió con la misma mirada que si yo le hubiera propuesto mantener relaciones de carácter íntimo con un animal, y que lo hiciese justo allí mismo. Y mi sorpresa ante su reacción duró hasta que me di cuenta de dónde estaba yo, es decir, en una isla que es famosa por el trato hosco y desdeñoso que muchos de sus profesionales tienen ante su clientela, constatando de forma dolorosa que muchas veces (demasiadas, por desgracia), el tópico se mantiene con una fuerza que tal vez sería bueno examinar con detenimiento por parte de unos y de otros.