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El pasado martes salió a la luz la intención de Alberto Garzón de ingresar en Acento, una consultora cuyo fundador y CEO es el exministro de Fomento del PSOE José Blanco. El presidente de Acento es Alfonso Alonso, que fue alcalde de Vitoria y ministro de Sanidad con el PP de Mariano Rajoy. Blanco y Alonso no son los únicos nombres ilustres de Acento, que cuenta con un considerable elenco de exministros y ex secretarios de Estado del PSOE y del PP. De este modo, podríamos concluir que Acento es un think tank vinculado a un lobby conformado por exdirigentes políticos de centro-derecha. Se entiende, por tanto, que surgieran numerosas voces críticas en la izquierda tras la noticia del fichaje de Garzón. La reacción fue de tal magnitud que el exministro de Consumo y ex secretario general de Izquierda Unida se vio forzado a recular y renunciar a incorporarse a la consultora. Garzón se confesó frustrado y llegó a afirmar que la izquierda en la que él cree «es menos prejuiciosa e inquisitorial, … y tiene una concepción del Estado y de la política donde lo importante no es el lucimiento personal en términos de pureza izquierdista, sino tener más influencia en todos los espacios posibles».

Los think tanks y los lobbies proporcionan a los políticos en activo la oportunidad de dar conferencias bien remuneradas. Los políticos que ya no están en la primera línea reciben de manera más cómoda ofertas por dar charlas y realizar trabajos de asesoramiento para estas entidades. Pero no nos engañemos, los think tanks y los lobbies no son solo chiringuitos para dirigentes políticos retirados o en retirada. Son una herramienta fundamental para el poder. Estas organizaciones desarrollan las narrativas políticas que alimentan la cámara de resonancia más amplia de la sociedad y proporcionan la credibilidad intelectual que legitima, sobre todo, la hegemonía neoliberal.

Los think tanks más relevantes e influyentes a nivel mundial son el German Marshall Fund, la National Endowment for Democracy, el Council on Foreign Relations, el Carnegie Endowment for International Peace, el Atlantic Council y la Hoover Institution. En Europa, los think tanks son particularmente visibles en Gran Bretaña: desde Tony Blair a Boris Johnson, pasando por Theresa May, Gordon Brown, o Liz Truss, forman parte de estas organizaciones. En Alemania, Joschka Fischer, exlíder del Partido Verde, defiende la postura de EEUU con respecto a Rusia y Ucrania desde el think tank JF&C (Joschka Fischer and Company). En España, la derecha (PP y Vox) tiene a los colosos FEDEA, FAES y Disenso, entre otros; mientras que la socialdemocracia (PSOE) cuenta con los apoyos más modestos de la Fundación Sistema, Economistas Frente a la Crisis o Avanza, este último creado recientemente por el partido de Ferraz para «dar la batalla ideológica ante la onda reaccionaria». No sé si me hubiera gustado ver a Garzón en Acento, pero sí estoy de acuerdo con él en que la izquierda española necesita estar en todas partes, en todos los círculos de influencia, para poder defender los intereses de las clases populares. Renunciar a formar parte de un think tank implica renunciar a un espacio de poder real para cedérselo a los de siempre.