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La noche del 5 de febrero de 1979 -acaban de cumplirse 45 años- se celebró en Palma la que puede considerarse primera manifestación feminista en protesta y denuncia por el asesinato de una mujer. Aquella noche comenzaron a oírse proclamas poco oídas hasta entonces (o con nulo eco informativo) y a ser recogidas por los diarios locales. Llegaron por boca de las cerca de 200 mujeres (había hombres, pero la gran mayoría eran mujeres) y eran del tipo «la sociedad está organizada como una cacería en la que nosotras somos los conejos y los hombres se reservan el derecho a la caza»; o «no somos vaginas, somos personas»; o «esto es terrorismo». Aquella manifestación, que puede tenerse entre los momentos fundacionales del feminismo, había sido convocada desde el activismo feminista. La mujer asesinada, y de cuyo asesinato se informó como se informaba entonces, con detalles que podían rozar lo escabroso, era una guía turística holandesa que vivía en el Arenal y se llamaba Cornelia Arens. Tuvieron que pasar muchos años hasta que la memoria de la ciudad de Palma hiciera un hueco a la memoria de Cornelia Arens y la lucha feminista. Hubo que esperar hasta anteayer mismo, como quien dice; hasta noviembre de 2017. Fue entonces cuando, desde las direcciones de Igualdad del Consell y el Ajuntament (que cayeron con el cambio político de marzo de 2023 y ahora se llaman de otra manera) se promovió la ubicación en la Plaça d’Espanya de una placa de la memoria recordando ese momento. La entonces directora insular de Igualdad, Nina Parrón, envía una fotografía en la que muestra cómo las obras de la plaza llegan a esa placa. Y muestra su alarma. Y explica que nadie en el Ayuntamiento le responde con claridad si se preservará esa placa cuando se levanten los adoquines o se aprovechará para borrar su memoria. «Cuéntalo», dice. Contado queda.