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El 2 de agosto de 1891 llegó a Palma, para escribir unas crónicas, un periodista pelirrojo muy mordaz, M. Émile Violard (1856-1934). Mandaba sus artículos al periódico parisino Le Gaulois, el mismo que leían las altas alcurnias gabachas y entre cuyos colaboradores estaban Zola o Maupassant. Violard, avispado y suelto, opinaba con desparpajo sobre lo humano y lo divino, iba por el mundo levantando ampollas. Era anarquista y antisemita y vivía desde 1899 en Argel. Violard llegó a Palma -del bracete de una guapa señora- a las cuatro de la mañana en el vapor Bellver procedente de Argel. Nuestro protagonista se alojó en la Fonda de Mallorca propiedad de José Barnils que estaba en la calle Conquistador 18. Tenía un buen restaurante con cocina mallorquina que era muy del gusto del archiduque Luis Salvador.

Violard llevaba una carta de recomendación de Jaime Sitges (uno de los dueños del paquebote Hermanos Sitges que hacía el trayecto Argel-Palma-Mahón), presto visitó a los directores de los cinco periódicos que había entonces en Mallorca y se puso a recorrer la Isla para analizarla a lo borde. Uno de sus acompañantes fue el intelectual solleric Juan Bautista Enseñat, colaborador habitual de La Última Hora.

Contrato el francés algunas excursiones y escribió nueve artículos sobre Mallorca. Decía que el viernes por la «mañana nos daban pescado y tortilla y por la tarde tortilla y pescado» (Violard no entendía lo de la Cuaresma y quería comer carne para asombro de la mesonera y demás comensales). El viaje a las cuevas de Artà lo hizo (según él) en una atroz tartana y luego en dos mulas, la visita de la sima duró cinco horas y le impresionó mucho. De las bahías de Pollença y Alcúdia le llamaron la atención los restos de nácar y coral que se encuentran en sus playas. En el Pla atisbó los cultivos de cereales en sa Pobla y por allí cerca, los campos de melones y alcachofas que se exportaban a Barcelona. En Palma asistió a una corrida de toros en la que «hubo toros destripados, toros acribillados y picadores despellejados». Dijo de nuestra capital que carecía de distracciones y como antijudío aprovechó para vapulear a los chuetas, incluso añadiendo que en sus tiendas cobraban de más por los productos que despachaban; eso sí, le gustaba ir a fumar puros al Círculo Mallorquín. Sus opiniones de Mallorca, las propias de un cascarrabias ilustrado, lógicamente no gustaron en la Isla hasta el punto que en el periódico El Isleño se le describió como «el gran farsante… por los errores de sus artículos, sus dislates y filfas a porrillo». Le pasó un poco como a George Sand cuyo Invierno en Mallorca recibió una agria y muy consistente crítica de Quadrado. Las impresiones mallorquinas de Violard se publicaron en muchos periódicos y revistas francesas, como el Boletín del Club Alpino Francés o El Moniteur de l’Algérie, y en El Isleño o en El Noticiero Balear. Se esperaba que este señor, que por lo visto bebía mucho, hiciera una descripción idílica de la Isla y no fue así: la definió como «un país raro bajo muchos puntos de vista».