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Hace unos días la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, firmó la subida del salario mínimo y lanzó un globo sonda que no ha tardado en obtener airadas respuestas: habría que estudiar también los elevadísimos sueldos de los directivos de algunas empresas. Desde la patronal, naturalmente, ya han puesto el grito en el cielo antes siquiera de que se trate de una propuesta formal. En puridad, una empresa privada es bien libre de marcar las retribuciones que desee para quienes la dirigen, responsables en última instancia de su buen funcionamiento y sus beneficios. Sin embargo, existe algo llamado conciencia, ética, moral… llámalo como quieras, que impele a un ser humano a mirar a su alrededor y tomar nota de lo que ocurre. Incluso empatizar. Por eso llama la atención que en la muy desarrollada Canadá un alto ejecutivo que empiece a trabajar a las ocho de la mañana, a las 9.43 ya habrá ganado lo mismo que uno de sus obreros en todo el año. Y eso que un currela canadiense cobra más del doble que uno español y goza de un nivel de vida que nosotros quisiéramos. Entonces traslademos esta realidad diabólica a España, el país líder europeo en pobreza infantil, con más de diez millones de personas en riesgo de pobreza a pesar de tener empleo. Para cualquier alto directivo embolsarse diez, quince o veinte millones de euros al año puede parecer justo, pero ¿se puede pensar igual si el empleadito percibe poco más del salario mínimo? Un buen cuerpo ejecutivo puede garantizar la buena marcha de una empresa, pero esta no sería más que humo sin la participación de los cerebros, brazos y piernas que la hacen funcionar, los de sus obreros. Así que no sería descabellado subir salarios por abajo y reducirlos por arriba.