TW
0

Cómo quieren los políticos el respeto de la gente cuando ellos son los primeros que no dan ejemplo? Tanta toxicidad impide escribir o comunicar de una manera ecuánime o equilibrada haciendo uso de la sensatez y la prudencia. Comportarse así no es de cobardes ni de tibios sino todo lo contrario. Algo vital en una sociedad que, por intereses, vive enfrentada y clama que, en la medida de nuestras posibilidades, aticemos el fuego del odio y la confrontación. El diagnóstico de esta deriva es muy claro: abundantes y generalizados mensajes hirientes, poco constructivos y que si no rozan la ilegalidad están faltos de todo decoro y respeto. No negaré que cualquiera puede equivocarse y que el momento puede jugarnos una mala pasada, pero hay gestos y palabras que nacen con toda la maldad. Menos me preocupa aquello que pensemos ya que puede no trascender a terceros y porque lo que no exteriorizamos apenas supone una amenaza para aquello que entre todos debemos preservar. Twitter (ahora absurdamente X) me demuestra nuevamente lo que he anunciado en otros artículos: la democracia está en decadencia; la política es partidista y de enfrentamiento; la sociedad ha perdido el respeto y el sentido común. A raíz de algo patético que no quiero amplificar me pregunto cómo debe tratar a su mujer, a la doctora del PAC o a la vecina que tiene un perro que ladra de vez en cuando quien es capaz en una red social de denigrar a la presidenta de todos los baleares con un comentario sexista y vil. Tengo claro que, por desgracia, es nuevamente fruto de esos ideologismos descerebrados y radicales porque estoy convencido que el comentario nunca hubiese existido si los suyos gobernasen. También en las reacciones se manifiesta la importancia de los gestos que nos demuestran la enorme dimensión que va adoptando todo aquello que nos debería avergonzar y también repudiarse. Basta ya de afirmaciones gratuitas e hirientes que recurren a la esfera privada o mancillan todavía más una libertad de pensamiento que no acabamos de entender. Cada individuo puede ser hoy un elemento muy pernicioso y debería analizar las consecuencias de sus actos o cómo puede incluso comprometer a terceros de su entorno, de su organización. Empiezo a opinar que, afortunadamente, en el pasado no existían estos amplificadores sociales que llegan a provocar una situación de desasosiego o preocupación. Los usamos mal, a nivel particular y empezando por todo político o persona que ostenta cargo público. Con independencia de la función seguiré considerando imprescindible y muy sano la necesidad de distinguir entre la esfera privada y la esfera pública de quienes nos representan. Existe actualmente un grave problema de odio que no puede ayudarnos a resolver tantos retos que esta sociedad moderna tiene sobre la mesa porque si al final del camino y de los debates seguimos afirmando que nadie tiene la culpa de lo que pasa es que la culpa y responsabilidad radica en todos.