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Sigue la pista del dinero es el mejor consejo que se le puede dar a un periodista novato o aspirante a investigador de cualquier cosa. Hay muchos hilos que mueven el mundo, pero el dinero es el más poderoso y prácticamente nunca falla, se esconde incluso detrás de las causas más aparentemente nobles. Desde hace unos días el convulso Oriente Medio empieza a parecerse a una jaula de grillos histéricos, con la intervención de Irán contra Pakistán y la respuesta de este hacia el atacante. No son hechos aislados, el régimen del Ayatolah también ha bombardeado Siria y el Kurdistán iraquí. En fin, que parece que en la región no se salva nadie. Gente violenta, ya lo decía Harry Flashman. Pero no son acciones arbitrarias, responden a intereses concretos. Religiosos, por supuesto, en un mundo caciquil, feudal, dominado por el clero. Y también económicos. E

stá en juego Baluchistán, un enorme y antiguo territorio con personalidad propia que se extiende entre tres países: Irán, Pakistán y Afganistán. Sus escasos habitantes –es un lugar árido con pocos atractivos– mantienen desde hace siglos una fuerte mentalidad nacionalista y grupos terroristas luchan por su independencia desde 1948, atacando a soldados, policías y civiles a ambos lados de la frontera. Con la consiguiente respuesta de represión, torturas, asesinatos y desapariciones por parte del Estado paquistaní. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Pero, ah, resulta que ese desierto hostil y empobrecido mantiene ocultas inmensas reservas de gas y es un enclave crítico para el corredor comercial de China, su nueva ruta de la seda. Ahí está el dinero, el quid de la cuestión. Lugares lejanos y ajenos que, en un pispás, pueden desestabilizar el mundo entero.