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Ya decía aquel que el que esté libre de pecado tire la primera piedra, pero en esto también hay grados. Que un grupito de alegres gays celebre una orgía y contrate a un prostituto para solazarse es algo que la mayoría comprenderá. Que entre todos le droguen quién sabe con qué propósito, pues es ya menos aceptable. Que cuando este caiga inconsciente, porque las drogas le han sentado mal, impidan a los enfermeros de la ambulancia acceder al local para atenderlo es intolerable. Sin embargo, muchos pensarán que en estos ambientes llamémosles turbios este tipo de cosas son habituales. ¿O no tanto? Porque este suceso lamentable tuvo lugar en agosto pasado en la casa parroquial de un pueblo polaco llamado Dbrowa Górnicza y el organizador de la bacanal era el sacerdote al mando. Sus invitados: otros curas de la región. Su comportamiento, más allá de las drogas, el sexo libre, grupal, homosexual y de pago, es cualquier cosa menos compasivo. Entendible, porque cuando se destapó el marrón las críticas llegaron al cielo. El papa Francisco tiene una complicadísima papeleta en el trono de San Pedro. El mundo desarrollado se aleja cada vez más de la Iglesia y su vivero de nuevos fieles está en el tercer mundo, donde la homofobia es salvaje. A la mayoría de las personas que viven de forma confortable y con los derechos y libertades garantizados les sobra lo religioso. Solo abrazarán la fe quienes deseen una vida espiritual, una minoría. Son los desarrapados, quienes sobreviven en regímenes dictatoriales, en pobreza y en enfermedad quienes se lanzan de cabeza a la religión, porque la necesitan. Pero ese caladero nacido en los países atrasados será extremista e intolerante al máximo. Con gays, mujeres y cualquier forma de progreso.