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A la gente siempre le han gustado los rompecabezas, incluso si tienen forma de garrote o maza (el rompecabezas más básico), porque obligan a cavilar sin peligro, conforme a ciertas reglas sencillas, y no pasa nada si no se resuelven. Ya se resolverán otro día. En tanto que juguete infantil educativo, los rompecabezas consisten en combinar varias piezas sueltas para formar una figura que no existía (preexistente), lo que debido a la obsesión de nuestra especie por encontrarle el sentido a todo, y a la certeza de los niños pequeños de que en todas partes hay un secreto por descubrir, y si manipulas cabos sueltos surgirá algo mejor (así nació la gramática), produce una gran satisfacción al jugador. La sensación de haber entendido algo. Los antiguos rompecabezas, aunque bonitos, era demasiado fáciles y las piezas, escasas y cúbicas, muy sencillas de ensamblar, razón por la que como otra cosa que nos chifla es complicarlo todo, aparecieron los puzles, con centenares de pedacitos disimiles, y una figura final sin puntos de referencia, digamos un cielo azul o la pendiente de una duna. Luego llegaron los rompecabezas 3D y no contentos con ello, sociólogos, politólogos y periodistas elaboran ahora rompecabezas para adultos con fragmentos de actualidad, ideas sueltas, algo de futurología y hechos alternativos. Irresolubles, claro está. Porque la gran virtud del rompecabezas clásico, y del puzle por extensión, además de que garantiza el resultado, es que limita el número de fragmentos que se deben combinar, impidiendo así que en su búsqueda del sentido de la vida y la hermosa figura final, la gente, y los cronistas políticos o deportivos, creen sobre la marcha nuevos rompecabezas deformes y bulbosos con piezas que no tienen nada que ver recogidas por ahí (sobre todo en internet y redes), lo que genera un monstruo con aspecto de sapo. Un rompecabezas ilusorio imposible de encajar por exceso de datos. Hasta para un partido de fútbol sobran datos, o piezas, lo que es peor que si faltan. Somos víctimas de nuestra afición a los rompecabezas. Normal que algunos, ante tanto fragmento, busquen el sentido final en el viejo modelo del garrote o la maza.