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Sí, sí, así es. Y no se me escandalicen antes de tiempo, que no lo he dicho yo, sino el mismísimo papa Francisco. Es decir, que según el Sumo Pontífice, a partir de ahora los sacerdotes tienen potestad para bendecir parejas homosexuales, y también personas divorciadas y vueltas a casar. Y además, no será necesario para ello ningún tipo de ritual específico, sino que bastarán las bendiciones «de toda la vida», es decir, aquellas que se otorgaban a los que estaban unidos en matrimonios de los de toda la vida de dios (por usar una expresión suya). Por lo tanto, y en una decisión que se considera histórica, aquellas personas que deseen recibir las correspondientes bendiciones y pertenezcan tanto al colectivo homosexual como al colectivo de separados y arrejuntados (arrejuntados de manera concreta y específica, se entiende), podrán hacerlo ya sin problemas a ojos de los representantes de Dios en la tierra (y por lo tanto, también de D-ios, se entiende). ¿Y bien, qué les parece el asunto? ¿No es un escándalo, y un síntoma de corrupción moral de estos tiempos que corren y que nos ha tocado vivir? Pues sí, es escandaloso… porque la letra pequeña del contrato (o en este caso, de las bendiciones), lo que especifica es que dichas bendiciones no quieren decir que esas uniones queden legitimadas por la Iglesia, en absoluto. Es decir, que benditos y benditas sí, pero sin legitimidades, no vayan a creerse ahora que todos somos iguales ante los ojos de quien nos mira.