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Mientras los bombardeos en la escabechina de Gaza prosiguen de modo innecesario, porque allí la gente ya se muere sola, por ejemplo de hambre, sin ninguna posibilidad de huir del encierro, y la máxima preocupación de la comunidad internacional es que la guerra se extienda a Líbano y otros países de Oriente Próximo, resulta que el debate en Israel y sus incondicionales de EE UU ya está en la posguerra. Normal, puesto que el mundo lleva años instalado en la era del prefijo pos (posverdad, posdemocracia, posinteligencia, posfascismo, posapocalípsis, poshumanismo, etc,), y los problemas del futuro impiden resolver los del presente. Qué espanto de prefijo. Muchas guerras, la de Ucrania sin ir más lejos, prolongan indefinidamente sus matanzas porque nadie, ni Putin en este caso, sabe cómo afrontar los desastres de la posguerra. Ni Goya los supo dibujar. Normal que la idea de la posguerra, y del odio que está sembrando Israel en la Tierra Santa, lejos de detener la matanza la excite, reforzando la pasividad de la comunidad internacional. Y naturalmente, se hable más de la posguerra que del horror diario, que según Netanyahu va para largo. Y ello porque si bien después de 3 meses de guerra ya han cumplido sobradamente la ley bíblica de veinte ojos por ojo y veinte dientes por diente, los problemas realmente graves son siempre los del día después. El sombrío horror de la posguerra, que no permite acabar la guerra. Ni en Ucrania ni en Gaza, aunque según se nos informa, los planes de Israel para la franja están más claros, al ser más o menos los de siempre. Ocupación militar, también de Cisjordania, y en un alarde de poshumanismo, esperar luego a que los nativos que no mueran se larguen de una vez, quizá tras cuarenta años más de guerrillas y atentados. Es decir, un modelo colonizador de posguerra similar al norteamericano fundacional, hasta el último indio. Hasta que no quede ni un nativo. A quién puede sorprender que ante semejante posguerra, no haya ninguna prisa por acabar la guerra. Tampoco Putin tiene prisa, y es que en esta poscultura posmoderna, da más miedo el posapocalipsis que el apocalipsis, y las posguerras que las guerras. Es la maldición del prefijo.