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Es, con toda seguridad, la noche más mágica del año. Los niños (y no tan niños) se van a la cama con la ilusión de que los Reyes Magos hagan su magia y conviertan en realidad los deseos escritos en sus cartas. Los regalos de Reyes son de los que perduran en el tiempo. Todos recordamos alguno en especial que nos dejaron en el salón, a los pies del árbol de Navidad, mientras soñábamos con ello: una bicicleta, la camiseta de tu equipo favorito, aquel juego de magia al que tantas horas dedicamos... Los tiempos han cambiado, seguro, pero la ilusión sigue intacta.

Los adultos disfrutan (a veces incluso más que los niños) del reflejo que lucen los más pequeños en sus ojos cuando el día 6 por la mañana descubren que sus deseos se han cumplido. En cierta forma, revivimos las ilusiones que años atrás vivimos en la época más inocente que existe. La más bondadosa. Una etapa en la que todo es posible; incluso lo imposible. No hay nada comparable al brillo en la cara de un niño en el amanecer del día de Reyes. Son imágenes que se rebobinan una y otra vez en el disco duro de la memoria y que en ocasiones hace saltar alguna lágrima de nostalgia.

Apenas quedan horas para vivir la noche más mágica del año. No olviden de dejar los zapatos bien limpios, comida para los camellos y un detalle para Sus Majestades. Porque, como dijo Roal Dahl, un escritor de cuentos británicos creador de Charlie y la fábrica de chocolate o Matilda, entre otros, «el que no cree en la magia nunca la encontrará...».