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Después de la aprobación de la Regla Franciscana por el papa Honorio III en noviembre de 1223 Francisco de Asís tuvo la convicción de que se encontraba en una fase final de su vida. Cansado, decidió abandonar Roma y buscó refugio en el valle de Rieti con la intención de encontrar descanso a su agitada actividad y apostolado popular. Francisco vivía en una pequeña localidad llamada Greccio. Así, cercana la Navidad, Francisco llamó a su amigo Giovanni de Vellita, que vivía en Greccio y hacía unos pocos años había conocido a Francisco en una de sus misiones y había puesto a disposición de él y sus hermanos frailes unos terrenos en los que había muchas cuevas para que en ellas pudieran tener retiro y vivir en la austeridad los frailes que así lo deseasen. Francisco conocía bien aquellos parajes y sintió vivos deseos de celebrar en Greccio la Navidad. Deseaba ver en el misterio de la encarnación de Cristo el que Dios se diera a conocer a través de las cosas temporales.

Fue durante una de las visitas de Giovanni a Francisco, cuando este le dijo: «Quisiera conmemorar el hecho de aquel niño que nació en Belén y ver con mis propios ojos los acontecimientos de su nacimiento, ver cómo yacía en un pesebre de un establo, con el buey y el asno a su lado estando a su cuidado María y José. Si tu quieres celebraremos esta fiesta en Greccio, adonde irás a preparar lo que yo te diga» (según un relato de P. Cuthbert). Giovanni preparó todo lo indicado por Francisco y en una cueva se celebró una misa tomando como altar un pesebre en el cual Francisco colocó un niño en representación de Jesús y a su lado, convenientemente vestidos, una pareja en representación de María y José.

Según nos cuentan algunos relatos de la época, para que este hecho no fuera visto con atrevida y extraña novedad, Francisco había pedido permiso al Papa que gustoso aprobó la iniciativa de la celebración. Y así, según relatan las crónicas, en la víspera de la noche de Navidad de 1223, Greccio con el belén viviente, dispuesto por San Francisco, se convirtió en una nueva Belén. Después de este acontecimiento, Francisco se retiró en un eremitorio de la montaña. Experimentaba tal agotamiento que ya se sentía incapaz de llevar una vida pública. Apenas transcurridos tres años de la celebración del belén, Francisco murió en Asís el 3 de octubre de 1226, a la edad de 44 años. Poco tiempo después de su muerte, se erigió una capilla en el lugar del establo donde se había representado, por primera vez, un belén viviente. La capilla todavía existe. Próxima a ella, hay otra más espaciosa construida algo más tarde. Recientemente se ha edificado un nuevo templo más espacioso y adecuado a los nuevos tiempos.

La construcción de belenes empezó a tomar forma a partir del siglo XVI. Los populares nacimientos con sus graciosas figuras cercanas a la cuna de Jesús niño con María y José, aparecieron algo más tarde como escenificaciones sacras. Su difusión se debe, en gran parte, a los jesuitas. Gracias a San Francisco, la comunidad cristiana ha podido percibir que en Navidad Dios ha llegado a ser verdaderamente el tiempo de Dios-con-nosotros. En este Niño de Belén, Dios se ha hecho tan próximo a nosotros, tan cercano, que podemos tratarle de tú y mantener con él una relación confiada de profundo afecto.

La celebración navideña de Greccio fue mucho más que la representación de un hecho envuelto en un misterio. Fue una celebración litúrgica, cuyo punto esencial consistió, no en una mera representación de un relato evangélico, sino en la actualización y vivencia popular de un misterio de fe. Una fe que permanece apagada en muchos corazones pero que, de vez en cuando, despierta en muchos un nuevo tipo de vida.