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Tuve una vez una casa en las afueras donde había un diminuto cuarto de baño, de unos 2,56 metros cuadrados aproximadamente, con inodoro, lavabo y espejo, donde el espacio-tiempo no respetaba las leyes básicas del universo, la gravedad oscilaba como un péndulo según pautas desconocidas, y el tiempo, siempre que la puerta estuviese cerrada, transcurría más lento que en el exterior. Cuánto más lento no logré averiguarlo, y eso que sentado en la taza llené una libreta de ecuaciones. Intuyo que también se trataba de magnitudes variables, probabilísticas y hasta azarosas. La luz tardaba una fracción de segundo en alumbrar, al ser también su velocidad más lenta, y si al lavarte las manos te mirabas al espejo, el reflejo se demoraba levemente, tu cara tardaba más de la cuenta en aparecer, por lo que durante un instante te sentías como un vampiro sin reflejo. Para mis adentros llamé a aquel cuartucho el retrete cuántico, y al principio lo visitaba a menudo a fin de comprobar si levitaba hasta el techo en un momento de gravedad descendente, pero no me atrevía a estar mucho rato (que en tiempo del exterior sería muchísimo) por si pillaba un brusco incremento gravitatorio, y mi propio peso me espachurraba en el suelo igual que un cachalote varado en la playa.

Le llamaba retrete cuántico porque me molaba ese nombre (en definitiva, todo es cuántico), pero no se trataba de eso, ni mucho menos. Ese retrete era una singularidad cosmológica, en la que no operaban las leyes físicas conocidas, igual que en el interior de los agujeros negros o en magnitudes espaciales inferiores a la longitud de Planck. Y las singularidades, como su nombre indica, pueden ser muy peligrosas. Es arriesgado tener una en casa. Así que una vez pasada la novedad cerré la puerta, y como tenía otro cuarto de baño corriente, me olvidé de la prodigiosa singularidad doméstica. Cada semana le pasaba la fregona desde fuera, espejo incluido, y eso fue todo. Quién sabe qué pasaba ahí dentro, qué secretos esconde la física. Asombroso, este retrete cuántico, pero retrete al cabo. Una singularidad impactante, cierto, pero ante todo un retrete. Otra cosa hubiera sido de tratarse del dormitorio, o de la cocina.