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España vuelve a tener presidente del Gobierno. Por fin ha finalizado la eterna interinidad que se inició el pasado mes de julio, aunque para ello ha sido precisa una bochornosa sesión de investidura en la que el candidato, Pedro Sánchez, optó por el estilo de Óscar Puente –el sobrero del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados– para replicar a los sopapos dialécticos que le dió el ya jefe oficial de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. El engaño institucional se ha consumado gracias a la ambición de poder y la falta de escrúpulos de una sola persona. Todo muy legal y legítimo, sin duda, pero ya se verá cuánto dura.

La actitud hierática de Sánchez frente a sus propias contradicciones o los interminables aplausos de sus correligionarios no tapan la realidad: la sumisión frente a quienes quieren desgajarse del Estado. La milonga de la reconciliación, reencuentro, pacificación y solución del conflicto catalán son monsergas; el objetivo no era otro que revalidar el mandato sin importar el precio a pagar. Estoy convencido de que el secretario general de los socialistas entrará en la historia, pero no como estadista. También creo que le importa un soberano bledo: Yo, mi, me, conmigo. No hay otro lema que lo defina mejor.

Es inútil ya reiterar lo que es sabido con respecto a las concesiones políticas al independentismo catalán, a las que con una lógica aplastante también se quieren sumar tanto el PNV como Bildu. Se ha abierto la espita y es el momento de aprovecharlo. Con todo es justo reconocer que en el argumentario de Sánchez hay un único cimiento sólido: Vox. La formación de Santiago Abascal bloquea cualquier opción para que Alberto Núñez Feijóo llegue a La Moncloa; en estos momentos sólo es viable si el PP alcanza la mayoría absoluta. Un milagro.

Y es que tal contrario de lo que ha ocurrido con Podemos en la pasada legislatura, auténticos xotets de cordeta frente al PSOE –actitud que la cuqui Yolanda Díaz multiplica en Sumar–, Vox acorrala al PP en los ayuntamientos y gobiernos autonómicos; su electorado está logrando importantes objetivos políticos a pesar del varapalo que tuvo en las urnas de julio. Parafraseando al mendaz Sánchez, Vox también está haciendo de la necesidad virtud.

Desactivar a la ultraderecha debería ser el objetivo prioritario del PP a partir de ya, la tarea principal de Alberto Núñez Feijóo –pendiente todavía del desmarque y condena firme de las algaradas fascistas– y el resto de barones del partido; incluída claro está Marga Prohens. Las alianzas con Vox activan y excitan a una buena parte del electorado, en especial al de izquierdas.

El efecto balear

La continuidad de Pedro Sánchez tiene consecuencias en la política balear, cuyas principales instituciones tendrán a partir de ahora en el Gobierno un serio adversario. La carambola que aupó a Francina Armengol como presidenta de las Cortes trastoca muchas previsiones, y da alas a un PSIB huérfano de dirección. Quizá sea a regañadientes, pero la vuelta de Armengol es un escenario casi inevitable de cara a las próximas autonómicas. Ojito.