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Muy en el fondo, entiendo a Ayuso cuando se le escapó lo que se le escapó en el Congreso. Se justifica con que Sánchez señalaba a su familia como corrupta, lo cual así es por mucho que le guste cantidad la fruta y ella tuvo un arrebato que luego modificó ingeniosamente, tan ingeniosamente como haber puesto en boca de todo el facherío el nombre de un etarra al que supuestamente se le invita a que vote al PSOE, algo que tiene mucho mérito, el aborregar todavía más a una inmensa masa de votantes. Pero al igual que opina que le gusta mucho la fruta refiriéndose a Sánchez, a mí no me gusta tanto refiriéndome a ella. Y no porque la considere una persona responsable y decidida. No, simplemente la considero una pija que se recrea en fantasías ególatras después de haber visionado mil veces Grease en la pequeña pantalla. A Ayuso se le daría fatal cantar, pero lo haría y pagaría para que la adorasen hordas enteras de cayetanos. Porque a los cayetanos no les importa que fallecieran miles de ancianos ni que su hermano recibiera una concesión millonaria por las mascarillas que vendía como si fuese caviar ruso, amén de realizar una gestión pésima en la pandemia. Ella, como española de bien que se considera, le gusta faltar el respeto a los demás haciendo coqueteo con su mala educación y, de paso, descalificándose para un cargo que le viene demasiado grande por mucho que le guste el mango y la manga y el golpe por golpe. Le deben de haber tocado las palabras de Sánchez, ya que Ayuso, me gusta la fruta, no suele mirar a los demás a la cara, convencida de que no están a la altura de una estrella boreal como ella, una heroína que al comportarse con zafiedad cortesana es adorada por sus seguidores que cacarean sus ingenios verbales como cotorras mientras su gabinete justifica sus arrebatos alegando que Sánchez se lo merecía.